El General Cipriano Castro: Un presidente revolucionario y antiimperialista






I.- Traslado de los restos del General Cipriano Castro al Panteón Nacional

El 14 de febrero de 2003, el Primer Mandatario, Comandante Hugo Chávez Frías, presidió el acto de traslado desde el Mausoleo “La Restauradora” en el Estado Táchira, al Panteón Nacional de los restos mortales del general Cipriano Castro, quien fuera el Presidente de la República de Venezuela, desde el 22 de octubre de 1899 hasta diciembre de 1908, en consonancia con la propuesta de la Comisión Presidencial Conmemorativa del Centenario del Bloqueo Alemán e Inglés a las Costas Venezolanas (9 de diciembre de 1902), presidida por el Vicepresidente Ejecutivo para ese momento, José Vicente Rangel. El presidente Chávez rendía así merecidos honores al General Castro, haciendo justicia a su trayectoria, y es por ello que ahora reposa al lado de los próceres de nuestra patria. Pero cómo era de esperarse, la polémica no tardó en surgir, los medios e historiadores de la oposición pusieron el grito en el cielo ante lo que consideraban un desatino de nuestro Presidente.
Sin embargo, los motivos históricos que respaldan tal decisión son indiscutibles, y de esta forma consta en Gaceta Oficial que: "Considerando que el general dirigió la Revolución Restauradora, que cerró el ciclo histórico del caudillismo guerrero, que rescató la unidad nacional, que rescató la estabilidad política, la independencia y la seguridad del país, se conceden los honores del Panteón Nacional al general Cipriano Castro". Asimismo, reza el decreto presidencial, que uno de los mayores méritos que hacen digno al General Castro de formar parte de los prohombres, cuya actuación patriótica y revolucionaria es legítimo enaltecer, radica en el hecho de que Castro había defendido férreamente “el nacionalismo venezolano con ocasión del bloqueo de las costas venezolanas, ocurrido en fecha 09 de diciembre de 1902”. Hablamos pues de un gran venezolano, nacionalista, antiimperialista, revolucionario y patriota, auténtico defensor de la venezolanidad durante el tránsito al siglo XX, además de ser, como dijo en su discurso en el Pateón, el historiador Manuel Carrerro, el: “primer tachirense que fue presidente de la República de Venezuela y primer tachirense que viene a descansar en este templo sagrado de la patria”1. Carrero destaca también en su discurso que: “Los restos del presidente Castro vienen al Panteón Nacional como homenaje a su posición frente a la agresión de las potencias imperialistas, entre 1902-1903, cuando Alemania, Inglaterra e Italia y otras potencias, bloquearon las costas venezolanas bajo el argumento formal del cobro de deudas, pero con el objetivo estructural de desmembrar nuestro territorio”.

II.- Los primeros años de Cipriano Castro
Así pues, José Cipriano Castro Ruiz fue más que un militar y político venezolano, fue un hombre libertario y combativo, además de un gran estratega que se convirtió en Jefe de Estado entre 1899 y 1908, primero Presidente de facto tras el triunfo de la Revolución Liberal Restauradora, y desde 1901, como Presidente Constitucional de Venezuela. En efecto, es el primer andino que gobierna una Venezuela de tradición llanera. Nace en La Ovejera de Capacho (Edo. Táchira) en 1858 y, en contra de lo que se ha dicho de él, era un hombre muy culto, muchísimo más que su indeseado sucesor: Juan Vicente Gómez. Castro pertenecía a una familia de agricultores de clase media, preocupados porque el joven estudiara. Comienza su formación en su pueblo natal y luego en San Cristóbal, de donde pasa al Colegio Seminario de Pamplona (Colombia) (1872-1873), que, como era de esperarse, abandona. De allí regresa a San Cristóbal, en donde trabaja como dependiente de la casa Van Dissel, Thies y Cía. De regreso a Los Andes venezolanos, se integra al grupo de opositores del general Francisco Alvarado, candidato a la presidencia del estado Táchira en 1876. Poco tiempo después, trabaja como administrador del periódico “El Álbum” (año 1878) y participa en la toma de San Cristóbal, identificándose así con los postulados autonómicos, en oposición al nuevo presidente del Estado.
            La formación de Castro es muy peculiar para la época, porque como decimos, deja el seminario para seguir, en sus lecturas, entre otros, al polémico autor colombiano José María Vargas Vila, quien era hombre de ideas liberales radicales y un ferviente opositor al clero (al punto de ser excomulgado por el Vaticano, a causa de la publicación de su novela Ibis en el año 1900), por supuesto opositor a las políticas conservadoras y muy especialmente al imperialismo norteamericano. Vargas Vila ha sido tildado de panfletario, pero su pensamiento fluye entre el anarquismo y el existencialismo, y fue un auténtico defensor de toda causa a favor de la libertad y la justicia de los pueblos latinoamericanos. En 1887, en Caracas, fundó y dirigió la revista Eco Andino y en 1888, con Diógenes Arrieta y Juan de Dios Uribe, fundó la revista Los Refractarios. Paradójicamente el presidente de Venezuela Raimundo Andueza Palacio lo expulsa de Venezuela en 1891, de donde, parte a Nueva York, en donde entabla una estrecha amistad, nada menos que con el gran escritor independentista cubano: José Martí. De Vargas Vila se recuerda su negativa de arrodillarse ante el papa León XIII, al afirmar: "no doblo la rodilla ante ningún mortal". En 1902 fundó en Nueva York la revista Némesis, desde la cual se criticaba al gobierno colombiano de Rafael Reyes y a otras dictaduras latinoamericanas, así como a las imposiciones del gobierno estadounidense, entre ellas la usurpación del canal de Panamá y la Enmienda Platt. En 1903 publicó en esa revista un artículo titulado: “Ante los Bárbaros”, tras lo cual fue evidentemente expulsado de Estados Unidos.
Por eso no es de extrañar que Castro con tales influencias, estableciera relaciones con el revolucionario movimiento liberal colombiano, y participara en las manifestaciones del liberalismo radical en contra del gobierno y en los constantes enfrentamientos callejeros contra los adeptos del partido conservador. Sus discrepancias con el clero local también son bien conocidas, tal es el caso del incidente ocurrido, en 1884, con el párroco de Capacho, el padre Juan Ramón Cárdenas, que motiva su encarcelamiento en el retén de San Cristóbal, de donde se fuga a los 6 meses de cautiverio, para refugiarse en Cúcuta, allí conoce a quien habría de ser su futura esposa, la joven Zoila Rosa Martínez. Dos años después, en 1886, vuelve al Táchira.

III.- La Revolución Liberal Restauradora
Castro regresa en campaña con las fuerzas invasoras autonomistas de los generales Segundo Prato, Buenaventura Macabeo Maldonado y Carlos Rangel Garbiras, para enfrentarse a los grupos armados del gobernador de la sección del gran estado Los Andes, general Espíritu Santo Morales. Durante esta invasión, Castro derrota a Morales en la ciudad de Rubio, lo que le valió el ascenso a general, convirtiéndose en una importante figura política dentro del gran estado Los Andes.
Tradicionalmente se ha dicho que fue precisamente en el entierro de Evaristo Jaimes, muerto en combate, que Castro conoce a Juan Vicente Gómez, su futuro compadre y compañero de armas. En 1888, Castro accede a la gobernación de la sección Táchira, posición desde la cual comenzará a construir su propia base de poder regional apoyado por el presidente del gran estado Los Andes, Carlos Rangel Garbiras. En 1890 se encarga de la Comandancia de Armas y posteriormente es electo diputado por la sección Táchira al Congreso Nacional. Desde este nuevo cargo se une a los partidarios de Raimundo Andueza Palacio, justamente en el momento en que se alzaba contra el gobierno de Andueza la “Revolución Legalista”. Mediante su actuación en el Parlamento, Castro se da a conocer entre las esferas políticas caraqueñas, y en especial en el círculo del presidente Andueza, con quien comparte sus planes continuistas. Castro organiza una campaña militar que comienza con la derrota de 2.000 hombres mandados por Espíritu Santo Morales y Eliseo Araujo y, poco después, en marzo de 1892, regresa al Táchira, con el objeto de apoyar de manera efectiva a Andueza con la colaboración de Juan Vicente Gómez, Emilio Fernández y Francisco Antonio Colmenares Pacheco para enfrentarse a la Revolución Legalista, que se ha fomentado en todo el país, y que tiene entre sus principales jefes a Joaquín Crespo. Luego de exitosos combates en Palmira y San Juan de Lagunillas, entra a Mérida con la intención de marchar hacia Caracas, pero en vista del avance de Joaquín Crespo contra las fuerzas anduecistas, y con el triunfo a la Revolución Legalista, desiste en su apoyo a Andueza, y marcha al exilio por 7 años (1892-1899) a la hacienda Los Vados, en las cercanías de Cúcuta. Gómez por su parte, se establece en una finca vecina.
Mientras tanto, muchos cambios se van produciendo en el país, cambios de presidencias y alzamientos en el “cuero seco”, hasta que a partir de 1898 motivado por la desestabilización del nuevo gobierno de Ignacio Andrade, crece el dinamismo de los partidarios de Castro, quienes se constituirán en Comité Revolucionario, una suerte de célula conspirativa. A principios de 1899, luego de varios intentos fallidos de llevar a cabo una acción conjunta con Carlos Rangel Garbiras. Castro decide organizar junto con Juan Vicente Gómez y otros copartidarios, entre ellos: Manuel Antonio Pulido, José María Méndez, Emilio Fernández, Jorge Bello y Pedro María Cárdenas, la denominada Revolución Liberal Restauradora, que comenzó con la invasión del territorio nacional, el 23 de marzo de 1899.
De camino a Caracas, las fuerzas de Castro aumentan a medida que se van sumando a la revolución varios contingentes de partidarios del general José Manuel Hernández, “El Mocho”, quien se encontraba prisionero por haberse alzado contra el gobierno de Ignacio Andrade, lo que en definitiva resultó una alianza clave el movimiento restaurador. Ante el avance incontenible de Castro y sus tropas, Andrade reorganizó el ejército con la intención de derrotar a éste en un combate final. En consecuencia, sale de Valencia un contingente de 5.500 hombres al mando del ministro de Guerra y Marina, el general Diego Bautista Ferrer, que a su vez contaba con el apoyo del general Antonio Fernández. Aunque el ejército del gobierno tenía grandes posibilidades de derrotar a Castro, las desavenencias entre Ferrer y Fernández, condujeron a la derrota de Tocuyito (14.9.1899), donde sufrieron 1.000 bajas. Después de vencer este obstáculo en su marcha hacia Caracas, Castro de dirige el 16 de septiembre de 1899 a Valencia, donde comienzan las negociaciones políticas que pronto lo llevarán al poder.
Cuando Castro se disponía a enfrentar en La Victoria a Luciano Mendoza, quien representaba la última defensa del régimen de Andrade, se encontró con la sorpresa de que dicho jefe decidió desobedecer las órdenes del gobierno y no hacerle frente. Ante la inminente llegada de Castro a Caracas, diversos emisarios enviados por Ignacio Andrade, entre ellos el ministro de Hacienda Manuel Antonio Matos, entraron en conversaciones con éste para llegar a un acuerdo de paz. No obstante, Andrade al notar que sus funcionarios se estaban pasando a la causa restauradora, y que no tenía ejército que defendiera su gobierno, resolvió marcharse de Venezuela el 19 de octubre de 1899, mientras se encargaba transitoriamente del Ejecutivo al general Víctor Rodríguez. Finalmente, el 22 de octubre de 1899, entra Cipriano Castro a Caracas, iniciando el gobierno de la Restauración Liberal bajo el lema: “Nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos”. Del autoexilio de Andrade comenta Castro: “El último tirano va ya camino del destierro”.
 La Revolución Liberal Restauradora, también conocida como la “Invasión de los 60”, a Venezuela, parte de Colombia y Los Andes, acaudillada por Cipriano Castro, con la finalidad de derrocar el gobierno del presidente Ignacio Andrade acusado de haber violado la Constitución Nacional de 1893, la cual Castro estaba dispuesto a restaurar. Esta revolución marca un importante hito en la historia de nuestro país, porque da al traste con la hegemonía del Liberalismo Amarillo, y abre paso a la participación de los andinos en la política nacional, desplazados siempre del centro y por lo tanto, del punto neurálgico de la toma de decisiones. De más está decir que con la Revolución Restauradora, Castro logró que el sentimiento nacional resurgiera en la conciencia de los venezolanos.
Al día siguiente de tomar el poder, pone en libertad y nombra Ministro de Fomento al “Mocho” Hernández, quien estaba encarcelado desde 1898, tras el fracaso de la Revolución de Queipa contra el gobierno de Ignacio Andrade, por el fraude en las elecciones presidenciales. Durante esa Revolución encontrará la muerte Joaquín Crespo, ex-Presidente de la República, quien había salido a combatirlo, con miras a consolidar el régimen que él mismo había creado y, como es de todos conocido muere en la acción de Mata Carmelera, el 16 de abril de 1898. Crespo había comentado despectivamente de Castro que éste era impulsivo y orgulloso, por eso decía que: “El indiecito no cabe en su cuerito”. También recibía Castro de sus maledicentes enemigos el apodo de “El Cabito”, que no es más que la traducción de “Le petit caporal”, mote de Napoleón Bonaparte antes de ser emperador.
Durante su mandato, Cipriano Castro tuvo que afrontar una fuerte oposición política por parte de sectores tanto nacionales como internacionales. Sin embargo, su entrada a Caracas fue unánimemente aclamada, tanto que hasta la alta burguesía caraqueña que tenía preparado un banquete para Andrade, a quien suponían vencedor, se lo dieron a Castro. Pero en breve, los caudillos de viejo cuño, los banqueros y los grandes comerciantes venezolanos, así como los inversionistas extranjeros se resistieron determinantemente a aceptar a un presidente con el que no se sentían representados ni política ni financieramente, ni mucho menos podría formar parte de la poderosa élite que por décadas había concentrado en pocas manos el poder económico. En consecuencia, se organizan militarmente en contra del nuevo gobernante, dando lugar a lo que habría de conocerse como la Revolución Libertadora (1901-1903), con el banquero Manuel Antonio Matos a la cabeza (por cierto pariente de Guzmán Blanco y de la familia Boulton, comerciantes de origen británico) quien además contó con el apoyo financiero de capitales extranjeros. Pero la oposición la encontramos incluso entre sus propios partidarios, el más destacado es el “Mocho” Hernández, quien a los pocos días de su liberación y nombramiento, se alza en armas contra el gobierno desde los Valles del Tuy.

IV.- La Revolución Libertadora
Castro se encontrará con que las Arcas del Tesoro están vacías, la deuda externa, pública y privada, venía acumulándose desde la división de Gran Colombia en 1830, las continuas guerras civiles y el descenso notable de los precios del cacao y del café en los mercados internacionales para un país eminentemente agrario era desastroso, así pues, todo ello confluye en una grave crisis económica, una situación nada fácil de enfrentar para el recién estrenado gobernante. A ello hay que agregar que el nuevo gobierno tiene que sofocar militarmente los continuos alzamientos en su contra, de tal modo que el único recurso que le queda es pedir un crédito urgente a los acaudalados banqueros tanto del Caracas como del Venezuela principalmente. El primero que solicita se lo aprueban, pero Castro sólo logra paliar la situación hasta finales de 1899, en adelante no le conceden ni uno más. Según cuentan los historiadores tradicionales, esto encoleriza a Castro, quien amenaza con abrir a mandarriazos las cajas fuertes de los bancos y con acuñar 2 millones de bolívares en plata, pero lo cierto es que, los banqueros se asustaron no por lo de la mandarria, sino porque ante la insistente negativa a conceder el crédito, Castro manda a encarcelar a algunos de los más prominentes, entre ellos a Manuel Antonio Matos, quien además había sido Ministro de Hacienda Pública en tres oportunidades. Ante semejante medida, los banqueros ceden a la presión del gobierno y le conceden un crédito por 1 millón, pero Matos decide vengarse del presidente y sus políticas organizando la que habría de llevar por nombre: Revolución Libertadora.
Matos logra aliar en su entorno los intereses de los caudillos regionales con los de algunas de las compañías extranjeras que operaban en el país, transformandose así en el vínculo entre ambos grupos, y convirtiendo a los caudillos venezolanos en instrumentos de una política internacional que sobrepasaba sus propios antagonismos locales. Pero Matos, tenía en su contra un desconocimiento absoluto de estrategia militar. “La Libertadora”, que habría de ser la última guerra civil venezolana, fue, en efecto, la última resistencia del caudillismo contra la soberanía del Estado moderno. Al respecto comenta Manuel Carrero que bajo el mandato de Castro se: “puso fin a la terrible peste de las guerras civiles, batiendo al “fiero caudillaje” conjurado en la Revolución Libertadora, por cierto financiada y apoyada por una cruzada de capitales nacionales e internacionales, en la cual se enfrentaron unos dieciséis mil enemigos del Gobierno contra unos seis mil soldados castristas, en la más larga batalla de la historia militar de Venezuela, y en cuyo desenlace se dio la paradoja de que una minoría organizada y bajo el mando de un genuino Jefe derrotó a una mayoría anarquizada y confusa.” Entre las compañías que financiaron el alzamiento de Matos se encontraban la New York and Bermúdez & Co., que operaba la concesión de asfalto del lago de Guanoco, la Compañía Francesa de Cables Submarinos, la Compañía Alemana del Ferrocarril Caracas-Valencia, la Orinoco Shipping Company, así como el Disconto de Berlín.
Matos estimula el desprecio de las potencias extranjeras hacia las políticas de Castro, asegurándoles el cumplimiento de todos los compromisos económicos contraídos y prometiéndoles que favorecería al capital extranjero establecido en el país, si contribuían a derrocar al tirano, y así fue, las grandes compañías capitalistas comenzaron a financiar la compra de armas y municiones. En Londres, Matos adquiere un buque de guerra, el Ban Righ (luego rebautizado Libertador). Entre los cómplices del banquero podemos mencionar a Rodolfo de Paula, cónsul de Colombia en Londres, y hasta gente del propio gabinete de Castro, como el ministro de Guerra y Marina, general Ramón Guerra, y por supuesto, a Luciano Mendoza, presidente del estado Aragua, quien al saber que habían sido dadas las órdenes para su arresto, se adelanta a los acontecimientos y, el 19 de diciembre de 1901, se alza en rebelión en el sitio de La Villa, cerca de La Victoria. No entraremos en muchos más detalles con respecto a la Revolución Libertadora, porque simultáneamente ocurren otros acontecimientos que requieren más de nuestra atención. Baste con recordar que quien vence realmente a la Libertadora en su última maniobra en Ciudad Bolívar (entre el 20 y el 22 de julio de1903), es Juan Vicente Gómez, lo cual marcó su ascenso político y militar. Coinciden los historiadores en afirmar que los enfrentamientos entre el gobierno y la Libertadora se convirtieron en la más sangrienta guerra de la historia moderna de Venezuela. Como resultado, y ante el intervencionismo extranjero, Castro tomo las medidas que consideró oportunas, tales como la anulación de las concesiones de la New York and Bermudez Company y de la Compañía del Cable Francés, que llevaron irremediablemente a la ruptura de relaciones diplomáticas.

V.- El Bloqueo de 1902
Pero el acontecimiento más importante que queremos destacar es precisamente el bloqueo de las costas venezolanas por parte de las armadas de Inglaterra, Alemania e Italia (diciembre 1902-febrero 1903), iniciativa a la que se unen más tarde Francia, Holanda, Bélgica, Estados Unidos, España, México, Suecia y Noruega, presentan sus reclamaciones para que sean consideradas junto con las de los países agresores. El bloqueo de 1902 motivó la célebre proclama de Castro: "Venezolanos! la planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria", que leo completa a continuación.
No cabe duda que el curso de la Revolución Libertadora fue seguido con atención por las potencias extranjeras que la habían financiado, así que con el objetivo de materializar las ofertas de Matos si lograba derrocar a Castro, presionaron desde el comienzo al gobierno, reactivando a través de sus embajadas la solicitud de pago de las deudas acumuladas durante los gobiernos anteriores, por concepto de empréstitos y otras operaciones financieras. Pero a raíz de la derrota de la Libertadora en La Victoria y de la negativa de Castro a cancelar compromisos internacionales adquiridos irresponsablemente por otros gobiernos, deciden darle un ultimátum y envían contingentes de sus respectivas armadas a las costas de Venezuela con el fin de intimidarlo. Lo cierto, es que más allá del cobro de la deuda, la verdadera finalidad de las potencias europeas era la de dirimir con Estados Unidos las áreas de influencia en la zona.
Así pues, el 9 de diciembre de 1902 llega una escuadra conformada por buques de guerra alemanes, ingleses e italianos que se despliega por todo el ámbito costero de Venezuela y en particular, en los principales puertos, para terror de los habitantes de la zona. La primera acción de los barcos extranjeros fue la de proteger a sus conciudadanos y agentes diplomáticos para ponerlos a salvo de una eventual represalia venezolana. Entre las acciones que se llevaron a cabo en el combate naval podemos destacar: El hundimiento en La Guaira de 2 barcos venezolanos, hecho acaecido el 10 de diciembre; el 13 la población de Puerto Cabello asaltó un carbonero inglés anclado en el puerto; ese mismo día un crucero inglés y otro alemán destruyeron el castillo de San Felipe y el Fortín Solano; el 26 de diciembre dos cruceros ingleses trataron infructuosamente forzar la barra de Maracaibo en un enfrentamiento que duró casi 8 horas. Los buques extranjeros vigilaban las costas y cerraban el paso de los puertos, dificultando además el comercio de cabotaje. El 22 de diciembre el vicealmirante inglés Archibald Lucas Douglas, hizo publicar en el diario El Heraldo de La Guaira a nombre del imperio británico, la siguiente disposición: “Por la presente se notifica que un bloqueo ha sido declarado para los puertos de La Guaira, Carenero, Guanta, Cumaná, Carúpano y las bocas del Orinoco, y se hará efectivo desde y después del 20 de diciembre...”
Estados Unidos fijo su posición al respecto argumentando que como país, no apoyaría a un estado que se viese afectado por ataques de potencias europeas que no se originasen con intención de recuperar territorios americanos y colonizarlos. Las repercusiones de tales hechos se verán reflejadas en la Doctrina Drago elaborada en respuesta al bloqueo, y suscrita por el Canciller argentino Luis María Drago ese mismo año, según la cual se establece que ningún poder extranjero puede utilizar la fuerza contra una nación americana para recolectar una deuda en detrimento de la soberanía, estabilidad y dignidad de los Estados débiles. La Doctrina Drago surge en respuesta al incumplimiento de la Doctrina Monroe por parte de Estados Unidos, sintetizada en la frase “América para los americanos”, elaborada por John Quincy Adams y atribuida a James Monroe en el año 1823. Durante estos meses el régimen se declara ya abiertamente nacionalista, antiimperialista y antiintervencionista ante las potencias extranjeras. Desde los mismos días del bloqueo se ha sostenido que, en el fondo de su ejecución, estaba en juego el equilibrio mundial del poder; que las potencias europeas lo utilizaron como medio para someter a prueba la política de poderío extranacional mantenida por Estados Unidos (con expectativas sobre Panamá). Además, es importante señalar que estos ataques se produjeron sin que hubiera una declaración previa de guerra como lo establece el derecho internacional.
 Ante la amenaza imperialista, surgió un movimiento popular de apoyo al gobierno. Un gran patriotismo hundía ahora a la Revolución Libertadora. Efectivamente, a partir del 10 de diciembre de 1902, después de emitir su ya conocida Proclama, 5000 voluntarios en Caracas se inscribieron en una cruzada patriótica. Castro recibió también el respaldo de buena parte de los intelectuales venezolanos de la época, quienes firmaron un Manifiesto público, entre ellos: Santos Dominici, Eduardo Calcaño, Luis Razetti, Pedro Emilio Coll, Carlos León, Ángel César Rivas, Elías Toro, Pablo Acosta Ortiz, Félix Montes, Francisco Antonio Rísquez, Esteban Gil Borges, Emilio Conde Flores y Enrique Loynaz Sucre. Grupos de latinoamericanos se presentaron voluntariamente, otros proclamaban su adhesión a la causa castrista, entre ellos muchos intelectuales latinoamericanos de la talla de Amado Nervo, de México; Luis Berisso, de Argentina; José Santos Chocano, de Perú; Sanín Cano, de Colombia; Juan Coronel, de Chile; Froilán Turcios, de Honduras; Olavo Bilac, de Brasil; Enrique I. Carvajal, de República Dominicana; Máximo Soto Hall, de Costa Rica; A. Medrado, de Nicaragua; Francisco Gavidia, de El Salvador; José Joaquín Palma, de Guatemala; Julio César Valdez, de Bolivia; Aniceto Valdivia, de La Habana; José María Vargas Vila, de Colombia y voces del otro lado del Atlántico como la de Miguel de Unamuno, Rector de la Universidad de Salamanca, protestaban contra las agresiones de las potencias imperialistas. En Chile, los cadetes de la escuela Militar rendían homenaje diariamente a su retrato con un saludo militar. Los estudiantes en Caracas quemaron banderas inglesas y alemanas en las plazas de los puertos bloqueados. La población apedreó las legaciones. Comenta Domingo Alberto Rangel en su libro Los andinos en el poder que: “Más de cien mil venezolanos acudieron a las jefaturas civiles a buscar armas para integrar el ejército patriótico. Joyas y dinero cayeron en las arcas del gobierno. Es el ejército más grande que se haya formado en el país. La Nación volvió a ser como en los tiempos de la Independencia”. Los norteamericanos intervinieron para lo que consideraban un “acceso de fiebre patriótica”, y para mantener su influencia en la zona, amparándose el la Doctrina Monroe.
Al cabo, el 13 de febrero de 1903 se levanta el bloqueo y la interesada mediación de Estados Unidos logra que el conflicto termine con la firma, en mayo, de los Protocolos de Washington (redactados en los idiomas de todos los interesados menos en español), mediante los cuales se acuerda la cancelación progresiva, por parte de Venezuela, de los compromisos pendientes, porque recordemos que en ese momento Venezuela era un país insolvente para poder realizar el pago total que se le exigía. No le queda a Castro, sin embargo, transigir con el gobierno norteamericano, y tuvo que aceptar que Herbert Bowen, el Embajador de los Estados Unidos, fungiera como representante de Venezuela. Como es de suponer, las negociaciones se dieron en condiciones desventajosas y no pasaron de ser una solución a medias, se logro reducir el monto de las sumas solicitadas por las potencias en cuestión, pero hubo que aceptar la ausencia de comprobación legal de solicitud de las mismas. Para garantizar el pago de dichas sumas, comprometió el 30 % de la futura recaudación de impuestos por importaciones de las aduanas de La Guaira y Puerto Cabello, lo cual generó una alta inflación. Y al cabo, no hubo ningún tipo de indemnización por los destrozos provocados por el intento de invasión. Lo cierto es que también con el fin bloqueo quedan liquidadas las últimas resistencias caudillistas.
Esta coyuntura sirvió, paradójicamente, para que el general Castro pusiera muchas cosas en su lugar. Decretó la amnistía general, liberando al jefe del Partido Liberal Nacionalista, el “Mocho” Hernández quien, para defender la soberanía nacional, aceptaba pactar con Castro; por otra parte, desafiante con sus enemigos, encarceló a los ciudadanos alemanes, ingleses e italianos. Una vez superada la crisis del bloqueo, Castro continúa su política internacional, en términos antiimperialistas y nacionalistas, empezando por las compañías que participaron en la Libertadora, así, a partir de 1904 emprende acciones legales, y entabla un juicio contra la New York and Bermúdez Co., a la cual reclama una indemnización de 50 millones de bolívares, por su parte, el Departamento de Estado norteamericano amenaza con una invasión armada, mientras Castro “...nacionaliza el personal de la empresa...”; expropia a la Orinoco Stemship Co. lo que traería como consecuencia la ruptura de relaciones diplomáticas entre Venezuela y Estados Unidos en 1908; en 1905 rescinde el contrato a la Compañía Francesa del Cable Interoceánico, ordena el cierre de las oficinas de la empresa en el país y la expulsión del Encargado de Negocios de Francia, como consecuencia de ello, en 1906 Venezuela y Francia rompen relaciones diplomáticas. Lo mismo ocurre con Holanda, a raíz de la orden de la requisa obligatoria de los buques de las compañías de dicho país. Las rupturas de relaciones conllevan una gran operación diplomática y periodística de las potencias europeas y de Estados Unidos contra el “arrogante dictador” venezolano. Al mismo tiempo, ya se hablaba de la Doctrina Castro que tendría por finalidad la búsqueda de un nuevo orden internacional para las naciones pobres.
Pero para el gobierno estadounidense Castro seguía resultando incómodo, por eso en 1904, el Embajador estadounidense en Caracas, señor Herbert Bowen, sugirió al Departamento de Estado ejecutar el Plan Parker, urdido por el Agregado Militar, y que consistía en desembarcar infantes de marina en las costas venezolanas, secuestrar al presidente Castro y colocar a uno de los suyos, uno manejable, naturalmente, al frente del gobierno venezolano.
Una vez derrotada la Revolución Libertadora y superado el episodio del bloqueo naval, que como hemos visto, formaban parte de  un mismo plan. Castro se dedico a gobernar al país, como era lógico, y a cumplir con sus funciones en lo que a la política interna se refiere. Tradicionalmente se ha dicho que más que atender a una sociedad cuyos problemas esenciales seguían sin resolver, le interesaba consolidar su gobierno, reforzando la centralización del poder. Con respecto al tópico de que Castro fue un dictador, hay que considerar que la situación del país requería de medidas rigurosas para poner orden y él no dudo en aplicarlas. Sus detractores han manifestado siempre una visión tergiversada de lo que en realidad era una clara política nacionalista y unificadora, y lo cierto es que Castro venía con la esperanza de rescatar la dignidad nacional frente a la presión imperialista con fines expoliadores, porque también tenemos que recordar que las riquezas naturales venezolanas eran un plato muy codiciado, especialmente cuando el “reparto del mundo” estaba llegando a su fin y, como era el caso de Alemania, por ejemplo, no había logrado establecer sus propias colonias en el Caribe. Tampoco podemos olvidarnos de que fueron las potencias extranjeras las que, como dice Carrero: “violentaron la cultura ancestral: poco a poco lograron expulsar referentes históricos y culturales de la memoria colectiva, sustituyéndolos por íconos foráneos, hasta introyectar elementos socioculturales ajenos a los rasgos, carácter y temperamento de los venezolanos.” El afrancesamiento guzmancista de fines de siglo es un ejemplo notorio de ello. En contraposición, Castro pide a Luis Bonafaux, quien se hallaba en París como corresponsal de prensa: “Hábleles del gran Bolívar que peleó por la libertad y no por un trono, que conozcan al Cóndor de Ayacucho, que lean a Bello y a otros letrados... Después deben saber de nosotros y de los méritos que también tenemos, como afirman allá tienen sus emperadores y gobernadores de hoy.» Algo similar le transmitía al Cónsul en Nueva York: “Derroque los falsos ídolos, o haga que allá suenen los nuestros para que poco a poco nos vean como semejantes. Venezuela es testigo de un trabajo admirable que debe sorprender a todos los americanos y a los veteranos de la política que apenas saben de Washington y de Monroe.”
Cipriano Castro, ha sido uno de los venezolanos más reflejados en la caricatura mundial de su época, es decir, un presidente contra el que se ensañaron los medios de comunicación imperialistas de la época. En 1980 Funres dio a conocer 200 caricaturas, de más de 3.000 recopiladas por William Sullivan en diversos diarios, semanarios y revistas del mundo, principalmente aquellos editados en las potencias de la época: Alemania e Inglaterra, dos factores importantísimos en el bloqueo de nuestras costas (1902/1903). Estados Unidos, “el mediador” que luego se convertiría de nuevo en enemigo del gobierno de Castro por lo de la New York and Bermúdez Co. y otros asuntos litigiosos, y  de Francia que también figuraba entre los reclamantes extranjeros.
La etapa de mediación norteamericana tuvo expresiones en la caricatura como las publicadas en el Tribune y Journal (de Minneapolis), donde el Tío Sam aparece como un bulldog (“La doctrina Monroe”) cuidando a Venezuela de los agresores, o la caricatura de W.A. Rogers (Tanta alaraca por tan pocas Plumas) aparecida en el New York Herald. 
Cuando las relaciones entre Cipriano Castro y Estados Unidos se hicieron tensas, el Post de Washington (Marzo, 1905) caricaturizaba a Venezuela como un desarrapado tembloroso a quien el Tío Sam llamaba a ocupar el sitio de Santo Domingo, que ya había sido ocupado. Otro dibujante, el de Constitution de Atlanta (Abril, 1905) exhibía el simbólico Tío Sam con inmensas botas, desafiado por el pequeño Castro, espada en mano, y con un ultimátum que decía “Venezuela demanda vuestra rendición incondicional”. Castro era exhibido en la prensa internacional como un caudillo atorrante, ignaro, lúbrico, bocón, un “mono tropical”.

VI.- La Caracas de Castro
Antes de continuar con  los últimos y más penosos acontecimientos de la vida de Castro, como lo fueron el golpe de Estado de Juan Vicente Gómez, su amigo, compañero y compadre, así como de su enfermedad y muerte, me gustaría hacer un paréntesis para que recordemos como era la Caracas que encontró Castro a su llegada y como fue el proceso de integración de los andinos a la vida caraqueña. 
Para empezar, Venezuela toda era un país agrícola y prácticamente despoblado para finales del siglo XIX y comienzos del XX. Era un país superviviente de la Independencia y de las guerras y de los alzamientos, hasta que con Castro se unifica el país. Pero como el general no había tenido suficientes problemas con avanzar militarmente del Táchira a Caracas, en 1900 se produce un terremoto que le hace saltar por la ventana de la Casa Amarilla y luxarse un tobillo, pero esto es sólo una anécdota.
El país vivió constantemente conmocionado desde el momento mismo en que se produce la separación de La Gran Colombia en 1830 con José Antonio Páez, hasta casi terminado el período de la hegemonía andina con Juan Vicente Gómez en 1935, aunque ya Gómez, antes de morir, había declarado públicamente que el país estaba pacificado, pero durante la época de conmociones sociales y políticas hasta Cipriano Castro los caudillos locales, los caudillos regionales nutrían sus contingentes de lucha política con los campesinos de sus haciendas o con campesinos de haciendas colindantes. Entonces el hombre que trabaja la tierra está obligado a desatender sus tareas agrícolas que pasan a la mujer, porque los caudillos los trasladaban a otras regiones del país, con suerte lograba regresar a su lugar de origen, pero lo usual era que muriera en las acciones de la guerrilla de la época.
Por primera vez, el hombre del campo, ya incorporado al ejército, ya incorporado a los cuarteles empezó a usar zapatos, porque antes de ese ejército con moderno creado por Castro, la tropa, que era lo que se entendía como ejército, generalmente era gente de alpargata.
Caracas no tenía industria, en Caracas las zonas agrícolas estaban fuera del perímetro de la ciudad, muchas veces sin embargo la ciudad estaba rodeada, hasta la época de Castro y los primeros años de Gómez y aún hasta la muerte de Gómez, de grandes fundos, en un porcentaje muy elevado dedicados a la producción de caña de azúcar y al maíz, y alguna que otra vaquera trabajada por isleños, que eran los que suministraban la leche que consumía la ciudad. Eran vaqueras situadas muy cerca de los límites periféricos de Caracas.
Todos esos elementos conforman la idea de un país poco evolucionado, conservador de sus viejas tradiciones y costumbres, que estaban representadas en la capital fundamentalmente por pequeños grupos sociales, una muy incipiente burguesía, sin clase media establecida, o formada y de una enorme población rural.
            Caracas siguió siendo y lo fue hasta hace no muchos años, una ciudad como la habían cantado los viejos poetas, la Ciudad de los Techos Rojos, una ciudad de una sola planta, muy pequeña en sus contornos limitada por cuatro alcabalas que se mantuvieron como tales durante muchas décadas: la Alcabala de Puente Sucre, en el sur, llegando al Guaire; la Alcabala del Este que terminaba un poco más allá de la Plaza de Candelaria, en la esquina que todavía se llama de Alcabala, aunque desde allí hasta Petare todo eran haciendas de caña de azúcar o pequeños cultivos agrícolas; la Alcabala de Pagüita y la Pastora, la Puerta de Caracas. En ese perímetro, para los últimos años del siglo XIX, 1890 -1899, Caracas no llegó a tener nunca más de setenta o setenta y cinco mil habitantes. Pocos jóvenes iban a los colegios, la vida caraqueña era una vida de pequeños comerciantes, muy lenta, sin mayores actividades culturales, sin muchos motivos o sucesos que pudieran conmocionar a los habitantes de esta ciudad y discurría en esa forma, con una educación que, generalmente, se impartía en el hogar.
Los caraqueños, después de aclamar la presencia de los andinos en Caracas, entran en pánico xenofóbico y racista: “¡Llegaron los andinos! Allí están ellos y llegaron sin ser invitados, y habrá que aguantarlos pues su jefe dice: "ni cobro andino ni pago caraqueño", que entre ellos se entiendan, y como pudieron se entendieron, y Caracas se volvió para muchos la Sodoma y Gomorra del país o tal vez un poco menos, las familias o escondían a las muchachas de estos hombres o por el contrario, las ofrecían a los acólitos a cambio de ciertas compensaciones con las que el resto de la familia podría resolver algunos problemas económicos. El mito de la austeridad en las costumbres andinas parecía derrumbarse como un castillo de naipes. Los andinos no pudieron luchar contra la vida licenciosa de la ciudad y se asimilaron a ella.
Cuando llegan los andinos a Caracas, no encuentran la ciudad pura e inmaculada que se ha creído, achacándole todos los males morales a los “invasores rurales”. Si bien el encuentro es difícil, y su aparición incide en un nuevo aumento de la delincuencia, no es toda suya la responsabilidad.
La ciudad tenía una gran zona de tolerancia que era el viejo Silencio, al que se le dio el nombre por motivos sarcásticos, porque de silencio era de lo que menos tenía. Era un permanente sitio de pleitos, de asesinatos, de crímenes. Entonces este "chácaro", que venía buscando mujeres, iba a ese sitio y ahí se producían constantemente los pleitos con los caraqueños, hechos muy violentos, hechos de sangre que dieron lugar a esa expresión de Castro.

VII-Enfermedad, golpe de Estado y muerte en el exilio
Me gustaría aclarar que Castro no murió de ninguna enfermedad de transmisión sexual, uno de los falsos mitos de su biografía, y por eso la voy a describir. En 1907 padeció de una fístula vesico-colónica, rara enfermedad caracterizada por infecciones del tracto urinario o la salida de gas intestinal a través de la uretra durante la micción, esto debido a una conexión anormal entre la vejiga y otro órgano o la piel como los intestinos. Se le intenta operar pero mientras le intervienen se produce una caída tensional con un paro y desisten de operar, por ello, viaja a Berlín y se le realiza una nefrectomía, siendo el tratamiento todo un éxito, pero dicha ausencia del país la utiliza su compadre Juan Vicente Gómez para organizar La Conjura y dar un golpe de estado el 19 de diciembre de 1907, para quedarse por 27 años con el poder. En su intento de regreso a Venezuela arriba con su barco a Trinidad, sufre una dehiscencia de la herida operatoria y por órdenes del gobierno francés regresa a Europa.
A fines de 1912 pretende pasar una temporada en Estados Unidos, pero es apresado y vejado por las autoridades de inmigración y obligado a marcharse en términos perentorios (febrero 1913). Finalmente se establece en Santurce, Puerto Rico (1916), bajo una estrecha vigilancia por parte de espías enviados por Juan Vicente Gómez. Una vez alejado del poder y negada la posibilidad de regresar a Venezuela, Castro sufrió el acoso de las potencias resentidas por la política que mantuvo hacia ellas durante los 8 años que estuvo en el poder. Al carecer de los recursos para efectuar una invasión armada, se marcha a Madrid para luego convalecer de su operación en París y en Santa Cruz de Tenerife. En 1917, a pesar de sus pésimas relaciones con el gobierno de Estados Unidos, funcionarios de este país, disgustados por la actitud neutral de Gómez ante los sucesos de la Primera Guerra Mundial, establecen contacto con él para que encabezara una posible reacción en contra del gobierno venezolano, lo que no obstante rechaza. Muere en Santurce (Puerto Rico) el 4 de diciembre de 1924. Sus restos reposaron en el cementerio de San Juan de Puerto Rico hasta el 25 de mayo de 1975, cuando fueron repatriados e inhumados en un mausoleo de su pueblo natal, y posteriormente al Panteón Nacional.
Muchos de los historiadores tradicionales, desde su contemporáneo y principal detractor Pio Gil, hasta los más actuales, entre los que incluyo a algunos como el propio Elías Pino Iturrieta, andino de nacimiento y actual presidente de la Academia Nacional de la Historia, han contribuido a convertir la imagen del general Cipriano Castro en la de un hombre vicioso, sin escrúpulos, ególatra, y en resumidas cuentas un tirano sin moral. Comenta Pino Iturrieta que: “… protagoniza un proceso de deterioro moral que trastorna la marcha del gobierno, provoca la escisión entre sus partidarios y origina fuertes reacciones de gobiernos extranjeros. Debido a su salud minada por toda clase de excesos, Cipriano Castro viaja a Europa en noviembre de 1908 con el objeto de someterse a una riesgosa operación quirúrgica...”[1] Recordemos que durante la época de su sucesor, el golpista (porque lo era) Juan Vicente Gómez, todos aquellos que mencionan a Castro en sus escritos, lo hacen siguiendo los lineamientos políticos de Gómez y sus intelectuales positivistas. Gómez fue un presidente vendido al imperialismo y de cuyos escasos méritos morales es mejor no hablar. Con respecto a Castro, cabe decir que era un gran lector, de conversación amena y una excelente oratoria, pero no supo escoger a sus colaboradores, se dejó envolver por aduladores y oportunistas, entre ellos la famosa Camarilla Valenciana, de aquí la mala fama que adquirió de juerguista y mujeriego. Sobre estos aduladores y oportunistas en nuestra Historia, dice Don Mario Briceño-Yragorri en su ensayo La traición de los mejores: “a poco Castro había sido convertido por la camarilla caraqueña en retablo de todos los vicios...”. Retomando a Manuel Carrero, coincido plenamente con él cuando dice: “¡sépase que algunos lo hicieron para ocultar las complicidades de sus parentelas o de gentes con gran linaje en nuestro país!”
Es por ello que corresponde a los historiadores revolucionarios y a todo el pueblo en general, conocer bien para limpiar la imagen de un presidente bajo cuyo mandato se logró unificar al país y cuyo aporte nacionalista, antiintervencionista, libertario y antiimperialista, forma parte de nuestras más profundas raíces, de esas que nos han sido negadas durante más de un siglo.

         

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