El General Cipriano Castro: Un presidente revolucionario y antiimperialista






I.- Traslado de los restos del General Cipriano Castro al Panteón Nacional

El 14 de febrero de 2003, el Primer Mandatario, Comandante Hugo Chávez Frías, presidió el acto de traslado desde el Mausoleo “La Restauradora” en el Estado Táchira, al Panteón Nacional de los restos mortales del general Cipriano Castro, quien fuera el Presidente de la República de Venezuela, desde el 22 de octubre de 1899 hasta diciembre de 1908, en consonancia con la propuesta de la Comisión Presidencial Conmemorativa del Centenario del Bloqueo Alemán e Inglés a las Costas Venezolanas (9 de diciembre de 1902), presidida por el Vicepresidente Ejecutivo para ese momento, José Vicente Rangel. El presidente Chávez rendía así merecidos honores al General Castro, haciendo justicia a su trayectoria, y es por ello que ahora reposa al lado de los próceres de nuestra patria. Pero cómo era de esperarse, la polémica no tardó en surgir, los medios e historiadores de la oposición pusieron el grito en el cielo ante lo que consideraban un desatino de nuestro Presidente.
Sin embargo, los motivos históricos que respaldan tal decisión son indiscutibles, y de esta forma consta en Gaceta Oficial que: "Considerando que el general dirigió la Revolución Restauradora, que cerró el ciclo histórico del caudillismo guerrero, que rescató la unidad nacional, que rescató la estabilidad política, la independencia y la seguridad del país, se conceden los honores del Panteón Nacional al general Cipriano Castro". Asimismo, reza el decreto presidencial, que uno de los mayores méritos que hacen digno al General Castro de formar parte de los prohombres, cuya actuación patriótica y revolucionaria es legítimo enaltecer, radica en el hecho de que Castro había defendido férreamente “el nacionalismo venezolano con ocasión del bloqueo de las costas venezolanas, ocurrido en fecha 09 de diciembre de 1902”. Hablamos pues de un gran venezolano, nacionalista, antiimperialista, revolucionario y patriota, auténtico defensor de la venezolanidad durante el tránsito al siglo XX, además de ser, como dijo en su discurso en el Pateón, el historiador Manuel Carrerro, el: “primer tachirense que fue presidente de la República de Venezuela y primer tachirense que viene a descansar en este templo sagrado de la patria”1. Carrero destaca también en su discurso que: “Los restos del presidente Castro vienen al Panteón Nacional como homenaje a su posición frente a la agresión de las potencias imperialistas, entre 1902-1903, cuando Alemania, Inglaterra e Italia y otras potencias, bloquearon las costas venezolanas bajo el argumento formal del cobro de deudas, pero con el objetivo estructural de desmembrar nuestro territorio”.

II.- Los primeros años de Cipriano Castro
Así pues, José Cipriano Castro Ruiz fue más que un militar y político venezolano, fue un hombre libertario y combativo, además de un gran estratega que se convirtió en Jefe de Estado entre 1899 y 1908, primero Presidente de facto tras el triunfo de la Revolución Liberal Restauradora, y desde 1901, como Presidente Constitucional de Venezuela. En efecto, es el primer andino que gobierna una Venezuela de tradición llanera. Nace en La Ovejera de Capacho (Edo. Táchira) en 1858 y, en contra de lo que se ha dicho de él, era un hombre muy culto, muchísimo más que su indeseado sucesor: Juan Vicente Gómez. Castro pertenecía a una familia de agricultores de clase media, preocupados porque el joven estudiara. Comienza su formación en su pueblo natal y luego en San Cristóbal, de donde pasa al Colegio Seminario de Pamplona (Colombia) (1872-1873), que, como era de esperarse, abandona. De allí regresa a San Cristóbal, en donde trabaja como dependiente de la casa Van Dissel, Thies y Cía. De regreso a Los Andes venezolanos, se integra al grupo de opositores del general Francisco Alvarado, candidato a la presidencia del estado Táchira en 1876. Poco tiempo después, trabaja como administrador del periódico “El Álbum” (año 1878) y participa en la toma de San Cristóbal, identificándose así con los postulados autonómicos, en oposición al nuevo presidente del Estado.
            La formación de Castro es muy peculiar para la época, porque como decimos, deja el seminario para seguir, en sus lecturas, entre otros, al polémico autor colombiano José María Vargas Vila, quien era hombre de ideas liberales radicales y un ferviente opositor al clero (al punto de ser excomulgado por el Vaticano, a causa de la publicación de su novela Ibis en el año 1900), por supuesto opositor a las políticas conservadoras y muy especialmente al imperialismo norteamericano. Vargas Vila ha sido tildado de panfletario, pero su pensamiento fluye entre el anarquismo y el existencialismo, y fue un auténtico defensor de toda causa a favor de la libertad y la justicia de los pueblos latinoamericanos. En 1887, en Caracas, fundó y dirigió la revista Eco Andino y en 1888, con Diógenes Arrieta y Juan de Dios Uribe, fundó la revista Los Refractarios. Paradójicamente el presidente de Venezuela Raimundo Andueza Palacio lo expulsa de Venezuela en 1891, de donde, parte a Nueva York, en donde entabla una estrecha amistad, nada menos que con el gran escritor independentista cubano: José Martí. De Vargas Vila se recuerda su negativa de arrodillarse ante el papa León XIII, al afirmar: "no doblo la rodilla ante ningún mortal". En 1902 fundó en Nueva York la revista Némesis, desde la cual se criticaba al gobierno colombiano de Rafael Reyes y a otras dictaduras latinoamericanas, así como a las imposiciones del gobierno estadounidense, entre ellas la usurpación del canal de Panamá y la Enmienda Platt. En 1903 publicó en esa revista un artículo titulado: “Ante los Bárbaros”, tras lo cual fue evidentemente expulsado de Estados Unidos.
Por eso no es de extrañar que Castro con tales influencias, estableciera relaciones con el revolucionario movimiento liberal colombiano, y participara en las manifestaciones del liberalismo radical en contra del gobierno y en los constantes enfrentamientos callejeros contra los adeptos del partido conservador. Sus discrepancias con el clero local también son bien conocidas, tal es el caso del incidente ocurrido, en 1884, con el párroco de Capacho, el padre Juan Ramón Cárdenas, que motiva su encarcelamiento en el retén de San Cristóbal, de donde se fuga a los 6 meses de cautiverio, para refugiarse en Cúcuta, allí conoce a quien habría de ser su futura esposa, la joven Zoila Rosa Martínez. Dos años después, en 1886, vuelve al Táchira.

III.- La Revolución Liberal Restauradora
Castro regresa en campaña con las fuerzas invasoras autonomistas de los generales Segundo Prato, Buenaventura Macabeo Maldonado y Carlos Rangel Garbiras, para enfrentarse a los grupos armados del gobernador de la sección del gran estado Los Andes, general Espíritu Santo Morales. Durante esta invasión, Castro derrota a Morales en la ciudad de Rubio, lo que le valió el ascenso a general, convirtiéndose en una importante figura política dentro del gran estado Los Andes.
Tradicionalmente se ha dicho que fue precisamente en el entierro de Evaristo Jaimes, muerto en combate, que Castro conoce a Juan Vicente Gómez, su futuro compadre y compañero de armas. En 1888, Castro accede a la gobernación de la sección Táchira, posición desde la cual comenzará a construir su propia base de poder regional apoyado por el presidente del gran estado Los Andes, Carlos Rangel Garbiras. En 1890 se encarga de la Comandancia de Armas y posteriormente es electo diputado por la sección Táchira al Congreso Nacional. Desde este nuevo cargo se une a los partidarios de Raimundo Andueza Palacio, justamente en el momento en que se alzaba contra el gobierno de Andueza la “Revolución Legalista”. Mediante su actuación en el Parlamento, Castro se da a conocer entre las esferas políticas caraqueñas, y en especial en el círculo del presidente Andueza, con quien comparte sus planes continuistas. Castro organiza una campaña militar que comienza con la derrota de 2.000 hombres mandados por Espíritu Santo Morales y Eliseo Araujo y, poco después, en marzo de 1892, regresa al Táchira, con el objeto de apoyar de manera efectiva a Andueza con la colaboración de Juan Vicente Gómez, Emilio Fernández y Francisco Antonio Colmenares Pacheco para enfrentarse a la Revolución Legalista, que se ha fomentado en todo el país, y que tiene entre sus principales jefes a Joaquín Crespo. Luego de exitosos combates en Palmira y San Juan de Lagunillas, entra a Mérida con la intención de marchar hacia Caracas, pero en vista del avance de Joaquín Crespo contra las fuerzas anduecistas, y con el triunfo a la Revolución Legalista, desiste en su apoyo a Andueza, y marcha al exilio por 7 años (1892-1899) a la hacienda Los Vados, en las cercanías de Cúcuta. Gómez por su parte, se establece en una finca vecina.
Mientras tanto, muchos cambios se van produciendo en el país, cambios de presidencias y alzamientos en el “cuero seco”, hasta que a partir de 1898 motivado por la desestabilización del nuevo gobierno de Ignacio Andrade, crece el dinamismo de los partidarios de Castro, quienes se constituirán en Comité Revolucionario, una suerte de célula conspirativa. A principios de 1899, luego de varios intentos fallidos de llevar a cabo una acción conjunta con Carlos Rangel Garbiras. Castro decide organizar junto con Juan Vicente Gómez y otros copartidarios, entre ellos: Manuel Antonio Pulido, José María Méndez, Emilio Fernández, Jorge Bello y Pedro María Cárdenas, la denominada Revolución Liberal Restauradora, que comenzó con la invasión del territorio nacional, el 23 de marzo de 1899.
De camino a Caracas, las fuerzas de Castro aumentan a medida que se van sumando a la revolución varios contingentes de partidarios del general José Manuel Hernández, “El Mocho”, quien se encontraba prisionero por haberse alzado contra el gobierno de Ignacio Andrade, lo que en definitiva resultó una alianza clave el movimiento restaurador. Ante el avance incontenible de Castro y sus tropas, Andrade reorganizó el ejército con la intención de derrotar a éste en un combate final. En consecuencia, sale de Valencia un contingente de 5.500 hombres al mando del ministro de Guerra y Marina, el general Diego Bautista Ferrer, que a su vez contaba con el apoyo del general Antonio Fernández. Aunque el ejército del gobierno tenía grandes posibilidades de derrotar a Castro, las desavenencias entre Ferrer y Fernández, condujeron a la derrota de Tocuyito (14.9.1899), donde sufrieron 1.000 bajas. Después de vencer este obstáculo en su marcha hacia Caracas, Castro de dirige el 16 de septiembre de 1899 a Valencia, donde comienzan las negociaciones políticas que pronto lo llevarán al poder.
Cuando Castro se disponía a enfrentar en La Victoria a Luciano Mendoza, quien representaba la última defensa del régimen de Andrade, se encontró con la sorpresa de que dicho jefe decidió desobedecer las órdenes del gobierno y no hacerle frente. Ante la inminente llegada de Castro a Caracas, diversos emisarios enviados por Ignacio Andrade, entre ellos el ministro de Hacienda Manuel Antonio Matos, entraron en conversaciones con éste para llegar a un acuerdo de paz. No obstante, Andrade al notar que sus funcionarios se estaban pasando a la causa restauradora, y que no tenía ejército que defendiera su gobierno, resolvió marcharse de Venezuela el 19 de octubre de 1899, mientras se encargaba transitoriamente del Ejecutivo al general Víctor Rodríguez. Finalmente, el 22 de octubre de 1899, entra Cipriano Castro a Caracas, iniciando el gobierno de la Restauración Liberal bajo el lema: “Nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos”. Del autoexilio de Andrade comenta Castro: “El último tirano va ya camino del destierro”.
 La Revolución Liberal Restauradora, también conocida como la “Invasión de los 60”, a Venezuela, parte de Colombia y Los Andes, acaudillada por Cipriano Castro, con la finalidad de derrocar el gobierno del presidente Ignacio Andrade acusado de haber violado la Constitución Nacional de 1893, la cual Castro estaba dispuesto a restaurar. Esta revolución marca un importante hito en la historia de nuestro país, porque da al traste con la hegemonía del Liberalismo Amarillo, y abre paso a la participación de los andinos en la política nacional, desplazados siempre del centro y por lo tanto, del punto neurálgico de la toma de decisiones. De más está decir que con la Revolución Restauradora, Castro logró que el sentimiento nacional resurgiera en la conciencia de los venezolanos.
Al día siguiente de tomar el poder, pone en libertad y nombra Ministro de Fomento al “Mocho” Hernández, quien estaba encarcelado desde 1898, tras el fracaso de la Revolución de Queipa contra el gobierno de Ignacio Andrade, por el fraude en las elecciones presidenciales. Durante esa Revolución encontrará la muerte Joaquín Crespo, ex-Presidente de la República, quien había salido a combatirlo, con miras a consolidar el régimen que él mismo había creado y, como es de todos conocido muere en la acción de Mata Carmelera, el 16 de abril de 1898. Crespo había comentado despectivamente de Castro que éste era impulsivo y orgulloso, por eso decía que: “El indiecito no cabe en su cuerito”. También recibía Castro de sus maledicentes enemigos el apodo de “El Cabito”, que no es más que la traducción de “Le petit caporal”, mote de Napoleón Bonaparte antes de ser emperador.
Durante su mandato, Cipriano Castro tuvo que afrontar una fuerte oposición política por parte de sectores tanto nacionales como internacionales. Sin embargo, su entrada a Caracas fue unánimemente aclamada, tanto que hasta la alta burguesía caraqueña que tenía preparado un banquete para Andrade, a quien suponían vencedor, se lo dieron a Castro. Pero en breve, los caudillos de viejo cuño, los banqueros y los grandes comerciantes venezolanos, así como los inversionistas extranjeros se resistieron determinantemente a aceptar a un presidente con el que no se sentían representados ni política ni financieramente, ni mucho menos podría formar parte de la poderosa élite que por décadas había concentrado en pocas manos el poder económico. En consecuencia, se organizan militarmente en contra del nuevo gobernante, dando lugar a lo que habría de conocerse como la Revolución Libertadora (1901-1903), con el banquero Manuel Antonio Matos a la cabeza (por cierto pariente de Guzmán Blanco y de la familia Boulton, comerciantes de origen británico) quien además contó con el apoyo financiero de capitales extranjeros. Pero la oposición la encontramos incluso entre sus propios partidarios, el más destacado es el “Mocho” Hernández, quien a los pocos días de su liberación y nombramiento, se alza en armas contra el gobierno desde los Valles del Tuy.

IV.- La Revolución Libertadora
Castro se encontrará con que las Arcas del Tesoro están vacías, la deuda externa, pública y privada, venía acumulándose desde la división de Gran Colombia en 1830, las continuas guerras civiles y el descenso notable de los precios del cacao y del café en los mercados internacionales para un país eminentemente agrario era desastroso, así pues, todo ello confluye en una grave crisis económica, una situación nada fácil de enfrentar para el recién estrenado gobernante. A ello hay que agregar que el nuevo gobierno tiene que sofocar militarmente los continuos alzamientos en su contra, de tal modo que el único recurso que le queda es pedir un crédito urgente a los acaudalados banqueros tanto del Caracas como del Venezuela principalmente. El primero que solicita se lo aprueban, pero Castro sólo logra paliar la situación hasta finales de 1899, en adelante no le conceden ni uno más. Según cuentan los historiadores tradicionales, esto encoleriza a Castro, quien amenaza con abrir a mandarriazos las cajas fuertes de los bancos y con acuñar 2 millones de bolívares en plata, pero lo cierto es que, los banqueros se asustaron no por lo de la mandarria, sino porque ante la insistente negativa a conceder el crédito, Castro manda a encarcelar a algunos de los más prominentes, entre ellos a Manuel Antonio Matos, quien además había sido Ministro de Hacienda Pública en tres oportunidades. Ante semejante medida, los banqueros ceden a la presión del gobierno y le conceden un crédito por 1 millón, pero Matos decide vengarse del presidente y sus políticas organizando la que habría de llevar por nombre: Revolución Libertadora.
Matos logra aliar en su entorno los intereses de los caudillos regionales con los de algunas de las compañías extranjeras que operaban en el país, transformandose así en el vínculo entre ambos grupos, y convirtiendo a los caudillos venezolanos en instrumentos de una política internacional que sobrepasaba sus propios antagonismos locales. Pero Matos, tenía en su contra un desconocimiento absoluto de estrategia militar. “La Libertadora”, que habría de ser la última guerra civil venezolana, fue, en efecto, la última resistencia del caudillismo contra la soberanía del Estado moderno. Al respecto comenta Manuel Carrero que bajo el mandato de Castro se: “puso fin a la terrible peste de las guerras civiles, batiendo al “fiero caudillaje” conjurado en la Revolución Libertadora, por cierto financiada y apoyada por una cruzada de capitales nacionales e internacionales, en la cual se enfrentaron unos dieciséis mil enemigos del Gobierno contra unos seis mil soldados castristas, en la más larga batalla de la historia militar de Venezuela, y en cuyo desenlace se dio la paradoja de que una minoría organizada y bajo el mando de un genuino Jefe derrotó a una mayoría anarquizada y confusa.” Entre las compañías que financiaron el alzamiento de Matos se encontraban la New York and Bermúdez & Co., que operaba la concesión de asfalto del lago de Guanoco, la Compañía Francesa de Cables Submarinos, la Compañía Alemana del Ferrocarril Caracas-Valencia, la Orinoco Shipping Company, así como el Disconto de Berlín.
Matos estimula el desprecio de las potencias extranjeras hacia las políticas de Castro, asegurándoles el cumplimiento de todos los compromisos económicos contraídos y prometiéndoles que favorecería al capital extranjero establecido en el país, si contribuían a derrocar al tirano, y así fue, las grandes compañías capitalistas comenzaron a financiar la compra de armas y municiones. En Londres, Matos adquiere un buque de guerra, el Ban Righ (luego rebautizado Libertador). Entre los cómplices del banquero podemos mencionar a Rodolfo de Paula, cónsul de Colombia en Londres, y hasta gente del propio gabinete de Castro, como el ministro de Guerra y Marina, general Ramón Guerra, y por supuesto, a Luciano Mendoza, presidente del estado Aragua, quien al saber que habían sido dadas las órdenes para su arresto, se adelanta a los acontecimientos y, el 19 de diciembre de 1901, se alza en rebelión en el sitio de La Villa, cerca de La Victoria. No entraremos en muchos más detalles con respecto a la Revolución Libertadora, porque simultáneamente ocurren otros acontecimientos que requieren más de nuestra atención. Baste con recordar que quien vence realmente a la Libertadora en su última maniobra en Ciudad Bolívar (entre el 20 y el 22 de julio de1903), es Juan Vicente Gómez, lo cual marcó su ascenso político y militar. Coinciden los historiadores en afirmar que los enfrentamientos entre el gobierno y la Libertadora se convirtieron en la más sangrienta guerra de la historia moderna de Venezuela. Como resultado, y ante el intervencionismo extranjero, Castro tomo las medidas que consideró oportunas, tales como la anulación de las concesiones de la New York and Bermudez Company y de la Compañía del Cable Francés, que llevaron irremediablemente a la ruptura de relaciones diplomáticas.

V.- El Bloqueo de 1902
Pero el acontecimiento más importante que queremos destacar es precisamente el bloqueo de las costas venezolanas por parte de las armadas de Inglaterra, Alemania e Italia (diciembre 1902-febrero 1903), iniciativa a la que se unen más tarde Francia, Holanda, Bélgica, Estados Unidos, España, México, Suecia y Noruega, presentan sus reclamaciones para que sean consideradas junto con las de los países agresores. El bloqueo de 1902 motivó la célebre proclama de Castro: "Venezolanos! la planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria", que leo completa a continuación.
No cabe duda que el curso de la Revolución Libertadora fue seguido con atención por las potencias extranjeras que la habían financiado, así que con el objetivo de materializar las ofertas de Matos si lograba derrocar a Castro, presionaron desde el comienzo al gobierno, reactivando a través de sus embajadas la solicitud de pago de las deudas acumuladas durante los gobiernos anteriores, por concepto de empréstitos y otras operaciones financieras. Pero a raíz de la derrota de la Libertadora en La Victoria y de la negativa de Castro a cancelar compromisos internacionales adquiridos irresponsablemente por otros gobiernos, deciden darle un ultimátum y envían contingentes de sus respectivas armadas a las costas de Venezuela con el fin de intimidarlo. Lo cierto, es que más allá del cobro de la deuda, la verdadera finalidad de las potencias europeas era la de dirimir con Estados Unidos las áreas de influencia en la zona.
Así pues, el 9 de diciembre de 1902 llega una escuadra conformada por buques de guerra alemanes, ingleses e italianos que se despliega por todo el ámbito costero de Venezuela y en particular, en los principales puertos, para terror de los habitantes de la zona. La primera acción de los barcos extranjeros fue la de proteger a sus conciudadanos y agentes diplomáticos para ponerlos a salvo de una eventual represalia venezolana. Entre las acciones que se llevaron a cabo en el combate naval podemos destacar: El hundimiento en La Guaira de 2 barcos venezolanos, hecho acaecido el 10 de diciembre; el 13 la población de Puerto Cabello asaltó un carbonero inglés anclado en el puerto; ese mismo día un crucero inglés y otro alemán destruyeron el castillo de San Felipe y el Fortín Solano; el 26 de diciembre dos cruceros ingleses trataron infructuosamente forzar la barra de Maracaibo en un enfrentamiento que duró casi 8 horas. Los buques extranjeros vigilaban las costas y cerraban el paso de los puertos, dificultando además el comercio de cabotaje. El 22 de diciembre el vicealmirante inglés Archibald Lucas Douglas, hizo publicar en el diario El Heraldo de La Guaira a nombre del imperio británico, la siguiente disposición: “Por la presente se notifica que un bloqueo ha sido declarado para los puertos de La Guaira, Carenero, Guanta, Cumaná, Carúpano y las bocas del Orinoco, y se hará efectivo desde y después del 20 de diciembre...”
Estados Unidos fijo su posición al respecto argumentando que como país, no apoyaría a un estado que se viese afectado por ataques de potencias europeas que no se originasen con intención de recuperar territorios americanos y colonizarlos. Las repercusiones de tales hechos se verán reflejadas en la Doctrina Drago elaborada en respuesta al bloqueo, y suscrita por el Canciller argentino Luis María Drago ese mismo año, según la cual se establece que ningún poder extranjero puede utilizar la fuerza contra una nación americana para recolectar una deuda en detrimento de la soberanía, estabilidad y dignidad de los Estados débiles. La Doctrina Drago surge en respuesta al incumplimiento de la Doctrina Monroe por parte de Estados Unidos, sintetizada en la frase “América para los americanos”, elaborada por John Quincy Adams y atribuida a James Monroe en el año 1823. Durante estos meses el régimen se declara ya abiertamente nacionalista, antiimperialista y antiintervencionista ante las potencias extranjeras. Desde los mismos días del bloqueo se ha sostenido que, en el fondo de su ejecución, estaba en juego el equilibrio mundial del poder; que las potencias europeas lo utilizaron como medio para someter a prueba la política de poderío extranacional mantenida por Estados Unidos (con expectativas sobre Panamá). Además, es importante señalar que estos ataques se produjeron sin que hubiera una declaración previa de guerra como lo establece el derecho internacional.
 Ante la amenaza imperialista, surgió un movimiento popular de apoyo al gobierno. Un gran patriotismo hundía ahora a la Revolución Libertadora. Efectivamente, a partir del 10 de diciembre de 1902, después de emitir su ya conocida Proclama, 5000 voluntarios en Caracas se inscribieron en una cruzada patriótica. Castro recibió también el respaldo de buena parte de los intelectuales venezolanos de la época, quienes firmaron un Manifiesto público, entre ellos: Santos Dominici, Eduardo Calcaño, Luis Razetti, Pedro Emilio Coll, Carlos León, Ángel César Rivas, Elías Toro, Pablo Acosta Ortiz, Félix Montes, Francisco Antonio Rísquez, Esteban Gil Borges, Emilio Conde Flores y Enrique Loynaz Sucre. Grupos de latinoamericanos se presentaron voluntariamente, otros proclamaban su adhesión a la causa castrista, entre ellos muchos intelectuales latinoamericanos de la talla de Amado Nervo, de México; Luis Berisso, de Argentina; José Santos Chocano, de Perú; Sanín Cano, de Colombia; Juan Coronel, de Chile; Froilán Turcios, de Honduras; Olavo Bilac, de Brasil; Enrique I. Carvajal, de República Dominicana; Máximo Soto Hall, de Costa Rica; A. Medrado, de Nicaragua; Francisco Gavidia, de El Salvador; José Joaquín Palma, de Guatemala; Julio César Valdez, de Bolivia; Aniceto Valdivia, de La Habana; José María Vargas Vila, de Colombia y voces del otro lado del Atlántico como la de Miguel de Unamuno, Rector de la Universidad de Salamanca, protestaban contra las agresiones de las potencias imperialistas. En Chile, los cadetes de la escuela Militar rendían homenaje diariamente a su retrato con un saludo militar. Los estudiantes en Caracas quemaron banderas inglesas y alemanas en las plazas de los puertos bloqueados. La población apedreó las legaciones. Comenta Domingo Alberto Rangel en su libro Los andinos en el poder que: “Más de cien mil venezolanos acudieron a las jefaturas civiles a buscar armas para integrar el ejército patriótico. Joyas y dinero cayeron en las arcas del gobierno. Es el ejército más grande que se haya formado en el país. La Nación volvió a ser como en los tiempos de la Independencia”. Los norteamericanos intervinieron para lo que consideraban un “acceso de fiebre patriótica”, y para mantener su influencia en la zona, amparándose el la Doctrina Monroe.
Al cabo, el 13 de febrero de 1903 se levanta el bloqueo y la interesada mediación de Estados Unidos logra que el conflicto termine con la firma, en mayo, de los Protocolos de Washington (redactados en los idiomas de todos los interesados menos en español), mediante los cuales se acuerda la cancelación progresiva, por parte de Venezuela, de los compromisos pendientes, porque recordemos que en ese momento Venezuela era un país insolvente para poder realizar el pago total que se le exigía. No le queda a Castro, sin embargo, transigir con el gobierno norteamericano, y tuvo que aceptar que Herbert Bowen, el Embajador de los Estados Unidos, fungiera como representante de Venezuela. Como es de suponer, las negociaciones se dieron en condiciones desventajosas y no pasaron de ser una solución a medias, se logro reducir el monto de las sumas solicitadas por las potencias en cuestión, pero hubo que aceptar la ausencia de comprobación legal de solicitud de las mismas. Para garantizar el pago de dichas sumas, comprometió el 30 % de la futura recaudación de impuestos por importaciones de las aduanas de La Guaira y Puerto Cabello, lo cual generó una alta inflación. Y al cabo, no hubo ningún tipo de indemnización por los destrozos provocados por el intento de invasión. Lo cierto es que también con el fin bloqueo quedan liquidadas las últimas resistencias caudillistas.
Esta coyuntura sirvió, paradójicamente, para que el general Castro pusiera muchas cosas en su lugar. Decretó la amnistía general, liberando al jefe del Partido Liberal Nacionalista, el “Mocho” Hernández quien, para defender la soberanía nacional, aceptaba pactar con Castro; por otra parte, desafiante con sus enemigos, encarceló a los ciudadanos alemanes, ingleses e italianos. Una vez superada la crisis del bloqueo, Castro continúa su política internacional, en términos antiimperialistas y nacionalistas, empezando por las compañías que participaron en la Libertadora, así, a partir de 1904 emprende acciones legales, y entabla un juicio contra la New York and Bermúdez Co., a la cual reclama una indemnización de 50 millones de bolívares, por su parte, el Departamento de Estado norteamericano amenaza con una invasión armada, mientras Castro “...nacionaliza el personal de la empresa...”; expropia a la Orinoco Stemship Co. lo que traería como consecuencia la ruptura de relaciones diplomáticas entre Venezuela y Estados Unidos en 1908; en 1905 rescinde el contrato a la Compañía Francesa del Cable Interoceánico, ordena el cierre de las oficinas de la empresa en el país y la expulsión del Encargado de Negocios de Francia, como consecuencia de ello, en 1906 Venezuela y Francia rompen relaciones diplomáticas. Lo mismo ocurre con Holanda, a raíz de la orden de la requisa obligatoria de los buques de las compañías de dicho país. Las rupturas de relaciones conllevan una gran operación diplomática y periodística de las potencias europeas y de Estados Unidos contra el “arrogante dictador” venezolano. Al mismo tiempo, ya se hablaba de la Doctrina Castro que tendría por finalidad la búsqueda de un nuevo orden internacional para las naciones pobres.
Pero para el gobierno estadounidense Castro seguía resultando incómodo, por eso en 1904, el Embajador estadounidense en Caracas, señor Herbert Bowen, sugirió al Departamento de Estado ejecutar el Plan Parker, urdido por el Agregado Militar, y que consistía en desembarcar infantes de marina en las costas venezolanas, secuestrar al presidente Castro y colocar a uno de los suyos, uno manejable, naturalmente, al frente del gobierno venezolano.
Una vez derrotada la Revolución Libertadora y superado el episodio del bloqueo naval, que como hemos visto, formaban parte de  un mismo plan. Castro se dedico a gobernar al país, como era lógico, y a cumplir con sus funciones en lo que a la política interna se refiere. Tradicionalmente se ha dicho que más que atender a una sociedad cuyos problemas esenciales seguían sin resolver, le interesaba consolidar su gobierno, reforzando la centralización del poder. Con respecto al tópico de que Castro fue un dictador, hay que considerar que la situación del país requería de medidas rigurosas para poner orden y él no dudo en aplicarlas. Sus detractores han manifestado siempre una visión tergiversada de lo que en realidad era una clara política nacionalista y unificadora, y lo cierto es que Castro venía con la esperanza de rescatar la dignidad nacional frente a la presión imperialista con fines expoliadores, porque también tenemos que recordar que las riquezas naturales venezolanas eran un plato muy codiciado, especialmente cuando el “reparto del mundo” estaba llegando a su fin y, como era el caso de Alemania, por ejemplo, no había logrado establecer sus propias colonias en el Caribe. Tampoco podemos olvidarnos de que fueron las potencias extranjeras las que, como dice Carrero: “violentaron la cultura ancestral: poco a poco lograron expulsar referentes históricos y culturales de la memoria colectiva, sustituyéndolos por íconos foráneos, hasta introyectar elementos socioculturales ajenos a los rasgos, carácter y temperamento de los venezolanos.” El afrancesamiento guzmancista de fines de siglo es un ejemplo notorio de ello. En contraposición, Castro pide a Luis Bonafaux, quien se hallaba en París como corresponsal de prensa: “Hábleles del gran Bolívar que peleó por la libertad y no por un trono, que conozcan al Cóndor de Ayacucho, que lean a Bello y a otros letrados... Después deben saber de nosotros y de los méritos que también tenemos, como afirman allá tienen sus emperadores y gobernadores de hoy.» Algo similar le transmitía al Cónsul en Nueva York: “Derroque los falsos ídolos, o haga que allá suenen los nuestros para que poco a poco nos vean como semejantes. Venezuela es testigo de un trabajo admirable que debe sorprender a todos los americanos y a los veteranos de la política que apenas saben de Washington y de Monroe.”
Cipriano Castro, ha sido uno de los venezolanos más reflejados en la caricatura mundial de su época, es decir, un presidente contra el que se ensañaron los medios de comunicación imperialistas de la época. En 1980 Funres dio a conocer 200 caricaturas, de más de 3.000 recopiladas por William Sullivan en diversos diarios, semanarios y revistas del mundo, principalmente aquellos editados en las potencias de la época: Alemania e Inglaterra, dos factores importantísimos en el bloqueo de nuestras costas (1902/1903). Estados Unidos, “el mediador” que luego se convertiría de nuevo en enemigo del gobierno de Castro por lo de la New York and Bermúdez Co. y otros asuntos litigiosos, y  de Francia que también figuraba entre los reclamantes extranjeros.
La etapa de mediación norteamericana tuvo expresiones en la caricatura como las publicadas en el Tribune y Journal (de Minneapolis), donde el Tío Sam aparece como un bulldog (“La doctrina Monroe”) cuidando a Venezuela de los agresores, o la caricatura de W.A. Rogers (Tanta alaraca por tan pocas Plumas) aparecida en el New York Herald. 
Cuando las relaciones entre Cipriano Castro y Estados Unidos se hicieron tensas, el Post de Washington (Marzo, 1905) caricaturizaba a Venezuela como un desarrapado tembloroso a quien el Tío Sam llamaba a ocupar el sitio de Santo Domingo, que ya había sido ocupado. Otro dibujante, el de Constitution de Atlanta (Abril, 1905) exhibía el simbólico Tío Sam con inmensas botas, desafiado por el pequeño Castro, espada en mano, y con un ultimátum que decía “Venezuela demanda vuestra rendición incondicional”. Castro era exhibido en la prensa internacional como un caudillo atorrante, ignaro, lúbrico, bocón, un “mono tropical”.

VI.- La Caracas de Castro
Antes de continuar con  los últimos y más penosos acontecimientos de la vida de Castro, como lo fueron el golpe de Estado de Juan Vicente Gómez, su amigo, compañero y compadre, así como de su enfermedad y muerte, me gustaría hacer un paréntesis para que recordemos como era la Caracas que encontró Castro a su llegada y como fue el proceso de integración de los andinos a la vida caraqueña. 
Para empezar, Venezuela toda era un país agrícola y prácticamente despoblado para finales del siglo XIX y comienzos del XX. Era un país superviviente de la Independencia y de las guerras y de los alzamientos, hasta que con Castro se unifica el país. Pero como el general no había tenido suficientes problemas con avanzar militarmente del Táchira a Caracas, en 1900 se produce un terremoto que le hace saltar por la ventana de la Casa Amarilla y luxarse un tobillo, pero esto es sólo una anécdota.
El país vivió constantemente conmocionado desde el momento mismo en que se produce la separación de La Gran Colombia en 1830 con José Antonio Páez, hasta casi terminado el período de la hegemonía andina con Juan Vicente Gómez en 1935, aunque ya Gómez, antes de morir, había declarado públicamente que el país estaba pacificado, pero durante la época de conmociones sociales y políticas hasta Cipriano Castro los caudillos locales, los caudillos regionales nutrían sus contingentes de lucha política con los campesinos de sus haciendas o con campesinos de haciendas colindantes. Entonces el hombre que trabaja la tierra está obligado a desatender sus tareas agrícolas que pasan a la mujer, porque los caudillos los trasladaban a otras regiones del país, con suerte lograba regresar a su lugar de origen, pero lo usual era que muriera en las acciones de la guerrilla de la época.
Por primera vez, el hombre del campo, ya incorporado al ejército, ya incorporado a los cuarteles empezó a usar zapatos, porque antes de ese ejército con moderno creado por Castro, la tropa, que era lo que se entendía como ejército, generalmente era gente de alpargata.
Caracas no tenía industria, en Caracas las zonas agrícolas estaban fuera del perímetro de la ciudad, muchas veces sin embargo la ciudad estaba rodeada, hasta la época de Castro y los primeros años de Gómez y aún hasta la muerte de Gómez, de grandes fundos, en un porcentaje muy elevado dedicados a la producción de caña de azúcar y al maíz, y alguna que otra vaquera trabajada por isleños, que eran los que suministraban la leche que consumía la ciudad. Eran vaqueras situadas muy cerca de los límites periféricos de Caracas.
Todos esos elementos conforman la idea de un país poco evolucionado, conservador de sus viejas tradiciones y costumbres, que estaban representadas en la capital fundamentalmente por pequeños grupos sociales, una muy incipiente burguesía, sin clase media establecida, o formada y de una enorme población rural.
            Caracas siguió siendo y lo fue hasta hace no muchos años, una ciudad como la habían cantado los viejos poetas, la Ciudad de los Techos Rojos, una ciudad de una sola planta, muy pequeña en sus contornos limitada por cuatro alcabalas que se mantuvieron como tales durante muchas décadas: la Alcabala de Puente Sucre, en el sur, llegando al Guaire; la Alcabala del Este que terminaba un poco más allá de la Plaza de Candelaria, en la esquina que todavía se llama de Alcabala, aunque desde allí hasta Petare todo eran haciendas de caña de azúcar o pequeños cultivos agrícolas; la Alcabala de Pagüita y la Pastora, la Puerta de Caracas. En ese perímetro, para los últimos años del siglo XIX, 1890 -1899, Caracas no llegó a tener nunca más de setenta o setenta y cinco mil habitantes. Pocos jóvenes iban a los colegios, la vida caraqueña era una vida de pequeños comerciantes, muy lenta, sin mayores actividades culturales, sin muchos motivos o sucesos que pudieran conmocionar a los habitantes de esta ciudad y discurría en esa forma, con una educación que, generalmente, se impartía en el hogar.
Los caraqueños, después de aclamar la presencia de los andinos en Caracas, entran en pánico xenofóbico y racista: “¡Llegaron los andinos! Allí están ellos y llegaron sin ser invitados, y habrá que aguantarlos pues su jefe dice: "ni cobro andino ni pago caraqueño", que entre ellos se entiendan, y como pudieron se entendieron, y Caracas se volvió para muchos la Sodoma y Gomorra del país o tal vez un poco menos, las familias o escondían a las muchachas de estos hombres o por el contrario, las ofrecían a los acólitos a cambio de ciertas compensaciones con las que el resto de la familia podría resolver algunos problemas económicos. El mito de la austeridad en las costumbres andinas parecía derrumbarse como un castillo de naipes. Los andinos no pudieron luchar contra la vida licenciosa de la ciudad y se asimilaron a ella.
Cuando llegan los andinos a Caracas, no encuentran la ciudad pura e inmaculada que se ha creído, achacándole todos los males morales a los “invasores rurales”. Si bien el encuentro es difícil, y su aparición incide en un nuevo aumento de la delincuencia, no es toda suya la responsabilidad.
La ciudad tenía una gran zona de tolerancia que era el viejo Silencio, al que se le dio el nombre por motivos sarcásticos, porque de silencio era de lo que menos tenía. Era un permanente sitio de pleitos, de asesinatos, de crímenes. Entonces este "chácaro", que venía buscando mujeres, iba a ese sitio y ahí se producían constantemente los pleitos con los caraqueños, hechos muy violentos, hechos de sangre que dieron lugar a esa expresión de Castro.

VII-Enfermedad, golpe de Estado y muerte en el exilio
Me gustaría aclarar que Castro no murió de ninguna enfermedad de transmisión sexual, uno de los falsos mitos de su biografía, y por eso la voy a describir. En 1907 padeció de una fístula vesico-colónica, rara enfermedad caracterizada por infecciones del tracto urinario o la salida de gas intestinal a través de la uretra durante la micción, esto debido a una conexión anormal entre la vejiga y otro órgano o la piel como los intestinos. Se le intenta operar pero mientras le intervienen se produce una caída tensional con un paro y desisten de operar, por ello, viaja a Berlín y se le realiza una nefrectomía, siendo el tratamiento todo un éxito, pero dicha ausencia del país la utiliza su compadre Juan Vicente Gómez para organizar La Conjura y dar un golpe de estado el 19 de diciembre de 1907, para quedarse por 27 años con el poder. En su intento de regreso a Venezuela arriba con su barco a Trinidad, sufre una dehiscencia de la herida operatoria y por órdenes del gobierno francés regresa a Europa.
A fines de 1912 pretende pasar una temporada en Estados Unidos, pero es apresado y vejado por las autoridades de inmigración y obligado a marcharse en términos perentorios (febrero 1913). Finalmente se establece en Santurce, Puerto Rico (1916), bajo una estrecha vigilancia por parte de espías enviados por Juan Vicente Gómez. Una vez alejado del poder y negada la posibilidad de regresar a Venezuela, Castro sufrió el acoso de las potencias resentidas por la política que mantuvo hacia ellas durante los 8 años que estuvo en el poder. Al carecer de los recursos para efectuar una invasión armada, se marcha a Madrid para luego convalecer de su operación en París y en Santa Cruz de Tenerife. En 1917, a pesar de sus pésimas relaciones con el gobierno de Estados Unidos, funcionarios de este país, disgustados por la actitud neutral de Gómez ante los sucesos de la Primera Guerra Mundial, establecen contacto con él para que encabezara una posible reacción en contra del gobierno venezolano, lo que no obstante rechaza. Muere en Santurce (Puerto Rico) el 4 de diciembre de 1924. Sus restos reposaron en el cementerio de San Juan de Puerto Rico hasta el 25 de mayo de 1975, cuando fueron repatriados e inhumados en un mausoleo de su pueblo natal, y posteriormente al Panteón Nacional.
Muchos de los historiadores tradicionales, desde su contemporáneo y principal detractor Pio Gil, hasta los más actuales, entre los que incluyo a algunos como el propio Elías Pino Iturrieta, andino de nacimiento y actual presidente de la Academia Nacional de la Historia, han contribuido a convertir la imagen del general Cipriano Castro en la de un hombre vicioso, sin escrúpulos, ególatra, y en resumidas cuentas un tirano sin moral. Comenta Pino Iturrieta que: “… protagoniza un proceso de deterioro moral que trastorna la marcha del gobierno, provoca la escisión entre sus partidarios y origina fuertes reacciones de gobiernos extranjeros. Debido a su salud minada por toda clase de excesos, Cipriano Castro viaja a Europa en noviembre de 1908 con el objeto de someterse a una riesgosa operación quirúrgica...”[1] Recordemos que durante la época de su sucesor, el golpista (porque lo era) Juan Vicente Gómez, todos aquellos que mencionan a Castro en sus escritos, lo hacen siguiendo los lineamientos políticos de Gómez y sus intelectuales positivistas. Gómez fue un presidente vendido al imperialismo y de cuyos escasos méritos morales es mejor no hablar. Con respecto a Castro, cabe decir que era un gran lector, de conversación amena y una excelente oratoria, pero no supo escoger a sus colaboradores, se dejó envolver por aduladores y oportunistas, entre ellos la famosa Camarilla Valenciana, de aquí la mala fama que adquirió de juerguista y mujeriego. Sobre estos aduladores y oportunistas en nuestra Historia, dice Don Mario Briceño-Yragorri en su ensayo La traición de los mejores: “a poco Castro había sido convertido por la camarilla caraqueña en retablo de todos los vicios...”. Retomando a Manuel Carrero, coincido plenamente con él cuando dice: “¡sépase que algunos lo hicieron para ocultar las complicidades de sus parentelas o de gentes con gran linaje en nuestro país!”
Es por ello que corresponde a los historiadores revolucionarios y a todo el pueblo en general, conocer bien para limpiar la imagen de un presidente bajo cuyo mandato se logró unificar al país y cuyo aporte nacionalista, antiintervencionista, libertario y antiimperialista, forma parte de nuestras más profundas raíces, de esas que nos han sido negadas durante más de un siglo.

         

La Constitución Federal de Venezuela de 1811

Tierra Firme. Caracas-Venezuela
Nº68. Año 17 Vol. XVII, pp. 605-632, 1999


Resumen:  El proceso emancipador debería ser analizado y comprendido historiográficamente, más que como un fenómeno militar y por lo tanto bélico, como el resultado del reto de la élite criolla para establecer - bajo su égida - un nuevo orden social y una nueva distribución de la propiedad. En efecto, una vez agotado el modelo colonial eurocéntrico, se hace patente la necesidad de adoptar nuevas formas de relaciones sociales, políticas y económicas, que significaran una ruptura definitiva con el esquema impuesto desde la Metrópoli, que dicho sea de paso transitaba por una grave crisis que le impedía, incluso retener el poder dentro de la misma Península.
Palabras clave: Constitución, emancipación, proyecto nacional, colonia, imperio.

         El fraccionamiento ideológico - político, fruto de los conflictos internos producidos dentro de los grupos sociales - tanto en España como en Venezuela - aparentemente herméticos y relativamente homogéneos, así como la pérdida de forma, injerencia y credibilidad de las instituciones tradicionales metropolitanas encargadas de mantener el orden, generan en el seno de la sociedad colonial, la más profunda urgencia de poner en marcha cambios estructurales radicales. En tal sentido A. Mijares hace notar: “[...] el carácter de transformación social que tomaría en lo sucesivo la lucha emancipadora [...] - y agrega que - la emancipación no significaría simplemente la separación de España, sino la realización de una idea política que cambiaba totalmente la organización social en que se había apoyado el régimen colonial [...].” [1] Por lo tanto, carece de sentido hablar de la Independencia como un evento exclusivamente político o militar, en cuyo espacio quedara inalterable la estructura social colonial, por el contrario y a pesar de que existan algunas interpretaciones según las cuales tan sólo se trató de un cambio de individuos en el poder, los acontecimientos del proceso entero - desde 1795 hasta 1830 - demuestran lo contrario.
         Es en este contexto, en el cual es redactada y promulgada la Constitución Federal de Venezuela, cuya transcendencia jurídica, social y política, aunque de brevísima vigencia - sólo por seis meses, sancionada el 21 de diciembre de 1811 - , radica, fundamentalmente, en haber sido la primera en decretarse, no sólo en Venezuela, sino en toda la América del Sur.
Dentro del grupo de los peninsulares que se enfrentan a los criollos el 19 de abril de 1810, uno de los funcionarios más emblemático que protagoniza el proceso de inicio de ruptura, es el Gobernador y Capitán General Vicente Emparan (Gobernador de Cumaná o Nueva Andalucía entre 1792 y 1804, y designado en el cargo de Gobernador y Capitán General - de la Capitanía General de Venezuela - a principios de 1809) a quien se le acusa de “afrancesado”, precisamente en el momento en que España se enfrenta a las fuerzas napoleónicas.[2] De Emparan dice L. A. Sucre, que fue: “[...] quien de Cumaná embarcó clandestinamente a Don Manuel Gual [uno de los alzados en La Guaira - y luego prófugo - en el año 1797] para Trinidad, por recomendación que de él le hizo su amigo el señor Martín de Iriarte, cuñado de Gual.[...]”, arguyendo al respecto que: “Con semejantes antecedentes no es extraño que el nuevo Gobernador [y Capitán General] fuera bien recibido en Caracas.” [3] En efecto, y paradójicamente, este nombramiento, fue muy bien acogido por la sociedad caraqueña revolucionaria porque, entre otras cosas, el recién nombrado por la Junta de Sevilla para el cargo de Inspector de las Milicias de la provincia de Caracas: el Coronel Don Fernando Rodríguez del Toro, había nacido en Caracas y pertenecía a la “aristocracia criolla”, de tal forma, con esta maniobra, Emparan podría estrechar vínculos con la “gente influyente”, entre la que figuraban los mantuanos revolucionarios, esto explica: “[...] el por qué nos encontramos a los patriotas caraqueños en la diaria sociedad del nuevo Capitán General, y, por lo tanto, en continua comunicación con él, familiaridad que éllos [sic] buscaban y utilizaban indudablemente para obrar más a sus anchas en la ejecución de sus planes revolucionarios.”[4]
         Simultáneamente, y ante los avances de Napoleón en España, la Junta Central se había trasladado de Sevilla a Cádiz hasta llegar a su disolución, dando paso a la formación del Consejo de Regencia. A la derrota fernandina seguía la tendencia separatista de los criollos, el 18 de abril de ese año llegaron a Caracas los emisarios del Consejo de Regencia, justamente cuando mayor era la agitación entre los mantuanos, quienes se unieron para convocar un Cabildo extraordinario para el día siguiente, con la finalidad de tratar sobre la delicada situación del momento. Por su parte, el alcalde José de las Llamozas, reunió - sin el conocimiento, y por lo tanto, sin el consentimiento del Capitán General - al Ayuntamiento, muestra evidente de que Emparan había perdido el poder que ahora pasaría a manos de los mantuanos. Instalado el Cabildo, propuso Llamozas la creación de una junta presidida por el propio Emparan, mientras que Martín Tovar exhortaba a desconocer al Consejo de Regencia metropolitano. El resultado de los conflictos fue la destitución de Emparan - quien había cometido múltiples desaciertos políticos [5] - y la creación de la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, convertida en la “legítima depositaria” de los derechos del pueblo venezolano.[6] Ese mismo año - 1810 - el Marqués del Toro es derrotado en Valencia y Francisco de Miranda proclamado Teniente General de los Ejércitos de Venezuela. La Junta Suprema decreta la creación de la Sociedad Patriótica, organizada por Juan Germán Roscio y Francisco Javier Ustáriz. Por insinuación de la Junta de Gobierno, la Regencia declara rebeldes a los “súbditos” venezolanos. El 7 de diciembre regresa de su misión a Londres, Simón Bolívar. Con estos acontecimientos se inicia la Primera República (1810 - 1812), corto período en el que se instala el primer Congreso venezolano, se declara la Independencia absoluta y se promulga la primera Constitución, pero el entero proceso emancipador no comienza propiamente en esta fecha (1810), por lo que considero oportuno señalar, que a pesar de algunas opiniones contrarias, estaba próximo a cumplir quince años.[7]
I. - De la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII al Congreso Constituyente: ¿continuidad, revolución o independencia?.
         A partir de la destitución del gobernador Vicente de Emparan el 19 de abril de 1810, se constituye la Suprema Junta de Caracas Conservadora de los Derechos de Fernando VII, asumiendo la autoridad absoluta ejecutiva y por tanto, la responsabilidad de realizar las elecciones generales para un Congreso Constituyente, las cuales se llevan a cabo entre los meses de octubre y noviembre en 1810, reuniéndose así, el 19 de marzo de 1811 en Caracas, el primer Congreso Nacional.[8]
         La controversia historiográfica con relación a las persistentes fórmulas de adhesión y fidelidad a Fernando VII, ha puesto en tela de juicio la verdadera intención del movimiento de abril de 1810 llegando incluso a conclusiones tales como que: “[...] aquellos patriotas sólo aspiraban al establecimiento de un régimen político para los habitantes de Venezuela y de América en igualdad de derechos y prerrogativas con los españoles peninsulares, una vez restablecido a su trono legítimo el monarca entonces cautivo.” [9] Si bien tal apreciación falsea la idea acerca de una verdadera intención de ruptura definitiva con la Corona, con la ambigua justificación según la cual, la existencia de la Junta Suprema centraba su legitimidad, en la “imperfección” de un estado como el que daba origen a la creación de dicha Junta, por lo que sólo ella podía ser y era de hecho “depositaria legítima del poder”. Ciertamente, en tales circunstancias era preciso establecer una institucionalidad sólida, pero los intereses políticos y económicos sobre el destino político de la que, hasta ese momento, era la Capitanía General de Venezuela, dividían al grupo mantuano. Miranda en sus notas sobre Caracas para Richard Wellesley, Jr. escritas en Londres a fines de julio de 1810, manifestaba su opinión en este sentido: “Los criollos que poseen por su número y riquezas una influencia predominante sobre las otras clases, están aprovechando con placer la oportunidad de emanciparse del orgullo y de la codicia de los Gobernadores españoles y de obtener el poder, del cual están celosamente excluidos con todo el riesgo y perjuicio de la agricultura y del comercio.”
         “Está a la vista que las causas de esta ocurrencia se hallan en la inveterada política proseguida por la vieja España desde la conquista de las colonias y continuada por la Junta Central, en momentos en que los espontáneos socorros de aquellas eran esenciales en apoyo de la lucha con Francia.”[10]
Es evidente la tenacidad y regularidad con que la Junta, conformada por los mismos que depusieron a Emparan, asienta en cada documento oficial manifestaciones de obediencia y aun de simpatía hacia Fernando VII, así como su deseo de que volviera a gobernar, restituyéndosele los derechos usurpados por Napoleón. Por su parte Juan Germán Roscio, uno de los más agudos partcipantes del proceso, alega que tal respaldo al monarca se llevó a cabo como una medida más de prudencia política que de verdadero apoyo, por que había que considerar que la población aún no estaba preparada para un cambio tan radical. Pero en su intervención durante la sesión del 25 de junio ante el Congreso manifiesta sin ambages un juicio muy diferente, con respecto a la situación de Fernando VII frente a Napoleón y al porvenir de la América del Sur, si hubiera de volver sobre los pasos del monarca: “La prisión de Fernando, no la creo una razón para que perdiese sus derechos - manifiesta -; esta desgracia los hubiera reforzado y hubiera excitado nuestra compasión, si no se hubiesen seguido a ella actos de debilidad, muy funesta a los pueblos de ambas Españas. La vergonzosa abdicación de Bayona, fue la que privó de sus derechos a un monarca, que debió apreciarlos más, y, haber sacrificado por ellos, hasta su misma vida. Esta abdicación privó y debió privar en todos sus derechos a la casa de Borbón, que olvidada de la generosidad, con que la América y la España, derramó sus tesoros y su sangre por sostenerlos en la sangrienta guerra de sucesión, correspondieron con ceder la nación a Bonaparte para vengar los agravios con que el pueblo de Aranjuez quiso vindicar los males de su corrompido gobierno en la persona del inicuo favorito.[...][11], y concluye con gran desprecio hacia el monarca español y hacia lo que este representa para su pueblo diciendo: “[...] vuelva Fernando con todas las apariencias de inocente y desgraciado, y sea su nombre la señal de nuestro imperio, y la de la esclavitud de América, [...]”. [12]
         Concluidas las elecciones para la formación del Congreso Nacional y reunido por primera vez en marzo de 1811, desaparece del panorama político la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, para dar paso al nuevo cuerpo colegiado. Con la disolución de la Junta y la instauración del Congreso Constituyente afirma Gil Fortoul que: “[...] los diputados no tardaron en desligarse del mandato exclusivo que recibieron de los colegios electorales, a saber: asegurar la autonomía de la Colonia, conservando las prerrogativas dinásticas de Fernando VII [...]”. [13] Siendo este uno de los más graves inconvenientes que se le presenta a los recién investidos, y que según palabras de R. Díaz Sánchez estribaba en: “[...]cohonestar el solemne juramento de fidelidad a Fernando VII con el preexistente designio de llegar a la Independencia. Este grave problema presenta en sí mismo dos aspectos distintos: el de crear una conciencia interior favorable al cambio y el de convencer a la opinión internacional (en particular a la de Inglaterra) de que la transformación constituye un derecho.” [14]
II. - La independencia absoluta: polémica en torno a una transformación necesaria.
         A pesar de que los representantes al Congreso habían rendido juramento[15] - en cuya fórmula existe implícita la construcción del Estado - el 2 de marzo, manifestando su voluntad y decisión de combatir cualquier tipo de sometimiento que pretendiera impedir la independencia absoluta, cuando la confederación de sus provincias la juzgare conveniente. En la práctica, hubo quienes trataron de apegarse a las instrucciones recibidas de sus electores; sin embargo, a excepción de Manuel Vicente Maya, y digamos que por decisión unánime, llegaron a la firme conclusión de que el Congreso era soberano en cuanto a las decisiones que en su seno se tomaran con relación a cual habría de ser la Constitución más adecuada. Para Díaz Sánchez, las razón esencial de tal unanimidad tenía sus raíces en que: “[...] casi todos aquellos hombres vivían en Caracas, se habían educado en Caracas y habían asimilado el espíritu político y el sentimiento social que impregnaba a Caracas. - y agrega que - Este es un dato que no debe desestimarse al estudiar el proceso de la integración nacional y el verdadero significado de las tendencias federalistas en la historia venezolana.” [16]
         Pero, por otra parte, significaba que en adelante, la participación sería mayor, ya que permitía, en alguna medida, la inclusión de grupos sociales los cuales anteriormente - en particular en el seno del Ayuntamiento de Caracas - no habían tenido ningún acceso en el seno de las instituciones coloniales, tal es el caso de los pardos, pero si bien esto fue un logro importante, en los sucesivo, los conflictos adquirirán nuevos matices por causas como las señaladas más tarde por el propio Bolívar: “[...]El espíritu de partido decidía en todo, y por consiguiente nos desorganizó más de lo que las circunstancias hicieron. Nuestra división, y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud.” [17]
         Lógicamente, para llegar a establecer una Constitución que “federara” - concepto del cual hablaré con más detalle - tan contrastantes regiones, era casi inevitable, lograr primero la independencia absoluta, y esto puede verse notoriamente en la proclama que con motivo de su consecución emite el Congreso en Caracas:
PROCLAMA
habitantes de caracas
         ¡Caraqueños!: Podrá anunciaros el Supremo Poder Ejecutivo que el Supremo Congreso de Venezuela ha acordado en este día la Independencia absoluta. Ya, caraqueños, no reconocéis superior en la tierra; ya no dependéis sino del ser Eterno. En efecto, Estado independiente y soberano es aquel que no está sometido a otro: que tiene su Gobierno, que dicta sus leyes, que establece sus magistrados y que no obedece sino los mandatos de las autoridades públicas constituidas por él según la Constitución y reglas que se dan para su existencia política.
         Esta sublime idea, esta elevada empresa sólo puede concebirse y ejecutarse por hombres animados de la libertad y dispuestos a sacrificarse por ella. Meditadla, y meditad cuánto es el campo que se abre a la libertad, para acreditar con acciones heroicas que un pueblo que quiere ser libre lo es en efecto; y en tanto que se dispone la publicación, con la solemnidad correspondiente, disponeos para manifestar que el Supremo Congreso desempeña dignamente la confianza pública; y que el Supremo Poder Ejecutivo merece la vuestra en la ejecución y perfección de la empresa.
         baltazar padrón.- juan escalona.- cristobal de mendoza, Presidente en turno
Por impedimento del señor Secretario de Estado.
antonio muñoz y tovar
Oficial primero.[18]
         Paradójicamente, no todos la deseaban y muchos la temían - me refiero a los propios mantuanos - , porque romper con varios siglos de dominio paternalista hispanocéntrico de Estado, significaba para los dirigentes enfrentarse a una nueva realidad, en la que, una vez lograda la autonomía, se verían obligados a tomar decisiones de muy alto nivel, y esto representaba una cuestión peligrosamente novedosa y fuera del contexto cotidiano de sus vidas, así como una grandísima responsabilidad ante el incierto destino político del territorio. Entre ellos, Bolívar y Peña, con más audacia y lucidez, desde la Sociedad Patriótica en sus discursos, presionaban al Congreso con la intención de convencerlo de que sin independencia absoluta no habría posibilidades de establecer ningún tipo de autonomía con respecto a la corona y, por supuesto, mucho menos de las provincias entre si[19]. Precisamente, sería esta división de criterios la que habría de fomentar la dictadura de Miranda, puesto que: “Al poco tiempo de estampadas las firmas de nuestros notables repúblicos para refrendar la independencia absoluta se producen los primeros alzamientos realistas. Se envía al marqués del Toro a doblegarlos y es reiteradamente derrotado. Sólo se le da el mando del ejército a Francisco de Miranda, con el título de General en Jefe, el 19 de julio de 1811, ante la negativa del aristócrata en cuestión de asumir la jefatura suprema de una república acorralada. No cuenta don Sebastián Francisco de Miranda con la confianza de la mayoría de los mantuanos que integran las altas jerarquías gubernamentales” [20], y es especialmente a tal incompatibilidad de intereses - cuyo símbolo más evidente es la implantación de un sistema federal - a lo que Bolívar atribuye la pérdida de la Primera República. C. Parra Pérez, de este álgido tema, motivo de áridas disputas en las asambleas sostiene que: “En cuanto al tema de la independencia en sí mismo, bien conocida es la actitud negativa del padre Maya (diputado por La Grita) y la vacilante de Felipe Fermín Paúl, Ramón Ignacio Méndez (futuro Arzobispo), Cazorla, Castro, Fernández, Bermúdez, Delgado y algún otro representante que con distintos motivos o pretextos opinan en sentido contrario o se muestran indecisos hasta el mismo 5 de julio. Uno de los argumentos en que se apoyaban los vacilantes era la peligrosa situación internacional y, sobre todo, la enigmática conducta de los ingleses. Los cumaneses temían, en particular, que la proximidad de aquella provincia a la isla de Trinidad los hiciera presa fácil de Inglaterra en el caso de que esta potencia resolviera mostrarse adversa al movimiento emancipador. Los había también que temían hostil disidencia de Coro, Maracaibo y Guayana, y algunos que no las tenían todos consigo a causa de las conspiraciones de la propia Caracas, de Valencia y de otras regiones. Pero frente a la minoría temerosa se erguía una mayoría decidida o, por lo menos, galvanizada por la presión de oradores que, como el Diablo Briceño, Roscio, Yanes, Peñalver, Rodríguez Domínguez, Miranda, Palacio Fajardo, Cabrera, el Marqués del Toro y su hermano Fernando no perdían oportunidad de martillear sobre el sonoro yunque del patriotismo. Además no debe olvidarse la irresistible influencia que en el Congreso ejercía la temida y beligerante Sociedad Patriótica con su juvenil equipo de dantones y sus atronadoras brigadas de pardos.”[21]
         La mayor contradicción en este sentido, esta relacionada con la notable producción impresa que circulaba en todas las provincias, orientada hacia la consecución la Independencia, especialmente cuando el acceso a la misma quedaba restringido a la élite lectora.[22] Ve en esto - de nuevo - Bolívar, en un juicio un tanto extremo, como un desacierto político, el que la Junta hubiese fundado su política: “[...]en los principios de humanidad mal entendida que no autorizan a ningún Gobierno, para hacer por la fuerza libres a los pueblos estúpidos que desconocen el valor de sus derechos.” [23] Desconocimiento que no era otra cosa que el fruto de la ignorancia y del temor hacia las enquistadas instituciones coloniales y al poder de sus ministros.

III. - Estructura del Congreso Constituyente y participación de los diferentes sectores de la población: elecciones, organización y disposiciones.
         La organización de un nuevo gobierno por el Congreso Constituyente de Venezuela, respondía, substancialmente, a la necesidad de determinar la forma constitucional más adecuada a la naciente República, y que a la vez se ajustara a las ideas “[...] de todo el pueblo, [las cuales] eran el 19 de Abril de 1810, y lo son ahora, sostener la inviolabilidad de sus derechos a costa de su propia sangre y existencia”. [24]
         Las elecciones, a partir de las cuales se decide quienes habrían de formar la asamblea gubernativa, - las mismas que poco tiempo después serían duramente criticadas por Bolívar[25] - según Blanco y Azpurua: “[...] habían sido aplaudidas y con razón. El nuevo poder ejecutivo entró en el ejercicio de sus funciones, y la Junta Suprema se había despedido de los pueblos por una proclama: manifestaba en ella la satisfacción que sentía al poner la autoridad en manos de los escogidos por el Congreso Nacional, después de haber trabajado cerca de un año en la regeneración política de Venezuela. En lo general, los miembros de la primera junta de Caracas merecieron el reconocimiento de sus compatriotas, por su buena conducta y por el celo con que promovieron la causa publica”. [26]
         No obstante, la supuesta incapacidad del pueblo para entender el proceso conformaba un panorama nefasto en opinión de Bolívar, quien reprobando las medidas tomadas por los congresantes, expresa en el ya mencionado Manifiesto de Cartagena como: “Las elecciones populares hechas por los rústicos del campo, y por los integrantes moradores de las ciudades, añaden un obstáculo más a la práctica de la federación [una de las discusiones medulares - como veremos - de los Congresantes fue precisamente la descentralización de los poderes] entre nosotros: por que los unos son tan ignorantes que hacen sus votaciones maquinalmente, y los otros tan ambiciosos que todo lo convierten en facción; por lo que jamás se vio en Venezuela una votación libre y acertada; lo que ponía el Gobierno en manos de hombres ya desafectos a la causa, ya ineptos, ya inmorales.” [27]
         Curiosamente, y contrastando con los argumentos relativos a la actuación de la Junta Suprema, Blanco y Azpurua analizan la composición del Congreso electo en los siguientes términos: “El Congreso estaba compuesto en lo general de todos los hombres mas distinguidos de las provincias libres por su saber ó su posición social. Algunos de sus miembros estaban adornados de conocimientos teóricos en materias de gobierno, pero carecían de los prácticos y positivos sobre la organización que debía darse al gobierno de los pueblos que representaban, teniendo en consideración sus costumbres, sus hábitos y preocupaciones. estos elementos para nada se traían a cuenta en aquella época, y solo se trataba de plantear los sistemas que parecían mas bellos á los corifeos de la revolución. He aquí en nuestra humilde opinión la fuente de los errores capitales que cometiera el Congreso de Venezuela, y el origen fecundo de los males que han sufrido los pueblos de la América antes española, después que se separaron de la madre patria.”[28]
         Pero tales argumentos de peso, no parece comprenderlos el historiador P.P. Barnola, cuando opina con cierto desatino que: “Lo que aquellos patriotas hicieron fue sin duda lo más indicado en aquellas circunstancias. Tomaron con calma y prudencia el tiempo necesario para ir educando a la población, haciéndola tener conciencia de sus derechos políticos [29]. Y al mismo tiempo le fueron dejando oír frases que, en forma cada vez más expresiva y terminante, descubrían el horizonte de la nueva organización que el país necesitaba y esperaba.”[30]
         Desatinado juicio porque nunca se llegó, en efecto, a alcanzar una verdadera conciencia popular en los términos que se expresan en el párrafo precedente, y mucho menos en este período del proceso independentista. Si bien lograron un gran despliegue de propaganda política, su alcance ideológico era sin duda limitado a una élite, y por otra parte, desde mediados del siglo anterior, el gobierno peninsular había puesto todo su empeño en impedir a toda costa, que tales ideas fueran propagadas. Esta propaganda, es conveniente aclararlo, fue, sin embargo “[...]dirigida hacia dos planos distintos: el popular, sobre el cual se volcó la artillería de la Sociedad Patriótica, y el doctrinario, cuyos vehículos fueron los periódicos caraqueños. En este último plano la labor realizada por Roscio, por Sanz y por Iznardi fue extraordinaria. Bastaría ojear la Gazeta de Caracas, el Semanario y El Publicista de Venezuela (órgano del Congreso) para darse cuenta de ello. Y para apreciar algo que tiene no poco interés: el auxilio que prestaron a esta labor (sin proponérselo, desde luego), los publicistas de la Metrópoli.”[31] Blanco White comentaba en su periódico El Español: “El estandarte de la independencia se ha empezado a levantar en las Américas, y según podemos calcular por lo que hemos visto a cerca de la revolución de Caracas, no es un movimiento tumultuario y pasajero el de aquellos pueblos, sino una determinación tomada con madurez y conocimiento, y puesta en práctica bajo los mejores auspicios: la moderación y la beneficencia.” [32]
         Sin duda, unas elecciones censitarias en las que se defendía a ultranza la propiedad, no podían ser democráticas, y esta fue la vía por la cual fue electo el Congreso Federal: “El número de representantes se determina por la población de las Provincias, en razón de uno por cada veinte mil almas de todas condiciones, sexos y edades, y uno más por cada residuo que pase de diez mil. La duración de esta Cámara es de cuatro años, pero sus miembros se renuevan por mitad cada dos, y ninguno puede ser reelegido inmediatamente. La elección es de dos grados: elección primaria o parroquial y elección capitular. En la primera tiene derecho de voto todo hombre libre, ciudadano venezolano, vecino de la parroquia, mayor de veintiún años, siendo soltero, o menor siendo casado o velado, requiérese además posea los bienes libres por valor de doscientos a seiscientos pesos, según sea soltero o casado y según se encuentren los bienes en las capitales de Provincia o en otras poblaciones; o tengan grado de una ciencia o arte, o sea propietario o arrendador de tierras para sementeras o ganado, con tal que sus productos alcancen a la suma asignada para los respectivos casos de soltero y casado. No votan: los dementes, los sordomudos, los fallidos, los deudores a caudales públicos y notorios, los que tengan abierta causa criminal de gravedad, y los que siendo casados no vivan con sus mujeres sin motivo legal.” [33]
         A pesar de las circunstancias adversas, el Congreso fue elegido y se establecieron las funciones, divisiones y medidas inmediatas a tomar. De tal manera que el poder quedo dividido en tres sectores: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. El Legislativo compuesto por dos Cámaras; una de Representantes y otra de Senadores. Ambas podían legislar desde todo punto de vista, excepto en lo que se refería a impuestos, cuya potestad correspondía a la Cámara de Representantes. Los proyectos de ley, antes de promulgarse, debían pasar por la aprobación del Ejecutivo. Un proyecto de ley podía ser devuelto a la Cámara de origen, con las objeciones del caso para luego ser sometido a la aprobación de ambas cuando el consenso fuese superior a dos tercios. Si el Ejecutivo no lo devolvía en el plazo de diez días, o en el de dos cuando se tratase de medidas urgentes, el proyecto adquiriría fuerza de ley y se promulgaría constitucionalmente.
         Por su parte, el Poder Ejecutivo, quedo conformado por tres de los candidatos: Cristóbal Hurtado de Mendoza, Juan Escalona y Baltasar Padrón, los cuales deberían turnarse mensualmente, entre ellos acordaron que cada uno sería presidente por una semana. Asimismo, fueron electos tres tenientes suplentes: Manuel Moreno de Mendoza, Mauricio de Ayala y Andrés Navarte; y como consultores del Poder Ejecutivo a Juan Vicente Echeverría, José Joaquín Pineda y José Ignacio Briceño, tenían voto deliberativo. El Secretario del Despacho General de Estado, Guerra y Marina era el licenciado Miguel José Sanz, quien, a su vez, lo era del Congreso; posteriormente reemplazado por Antonio Nicolás Briceño, cuyo lugar ocuparía más tarde Francisco Isnardi, mientras que José Domingo Duarte fue nombrado Secretario de Hacienda, Gracia y Justicia.[34] “[...] Considérase peligrosa para la libertad pública la larga permanencia en funciones de los miembros del Ejecutivo. La separación de los poderes es indispensable para el mantenimiento de un gobierno libre, pero debe procurarse que aquéllos conserven entre sí ‘la cadena de conexión que liga toda la fábrica de la Constitución’.” [35]
         Finalmente, el Poder Judicial había quedado dividido por el Congreso con la creación de la alta corte de justicia, compuesta de cinco jueces y un fiscal, elegidos por el propio Congreso. También fue designado un tribunal de vigilancia y seguridad para conocer de los delitos de alta traición.
         Ya investidos, ocuparon sus cargos hasta el momento en que fue promulgada la Constitución. El Congreso renovó los miembros del Poder Ejecutivo quienes permanecieron en sus cargos hasta los primeros días de abril de 1812, en que, una vez que se disuelve el Congreso, el Ejecutivo otorgar con el poder dictatorial al general Miranda, “[...] dados los graves peligros que azotaban ya a la República y que finalmente, causaron su ruina total mediado el año 1812.” [36] No contaba este “parlamento”, sin embargo, con el apoyo de aquellas provincias que aun se mantenían bajo el poder español: Coro, Maracaibo y Guayana.
         Así pues, los primeros actos del Congreso consistieron en: acordar un reglamento orgánico del Poder Ejecutivo y Judicial; nombrar una comisión especial encargada de redactar el proyecto de la futura Constitución de la República, compuesta por los diputados Francisco Javier Ustáriz, Juan Germán Roscio y Martín Tovar Ponte, “[...] a los que debían unirse algunos otros de las demás provincias, fuera de la de Caracas cuyos nombres no se mencionaron. Se confiaba especialmente en las luces y conocimientos de Ustáriz”[37]; se decretó un indulto general por varios delitos; se nombraron comisiones para que redactarán los códigos civil y criminal; y por último, prescribir el modo de proveer los beneficios eclesiásticos, para establecer la concordia entre el poder ejecutivo y el prelado diocesano.
        
IV. - Un fin común: formar una Constitución liberal, justa y republicana bajo de un sistema representativo.
         Cabe resaltar, - a pesar de las críticas que puedan hacérsele - la modernidad de los principios que se inscriben en la Constitución Federal de Venezuela, en la que se reúne lo más actual y novedoso del momento tanto ideológica como política y jurídicamente. En ella confluyen las diferentes líneas de pensamiento europeo y norteamericano generadoras de libertad.
         Es esta Constitución el más sólido intento desde finales del siglo XVIII, por sentar las bases del nuevo orden social, intentando la ruptura radical con el institucionalismo y el derecho colonial, haciendo de la igualdad social el eje central sobre el que giran sus disposiciones. Un pacto social supuestamente de corte rousseauniano, en los términos en que lo explica A. Oropeza: “[...] pacto que se supone celebrado entre hombres originariamente buenos y pacíficos mediante la renuncia de la libertad ilimitada de que gozaban en el estado salvaje para la constitución de una sociedad organizada.” [38] Un pacto social “anti-social”, en el que el “salvaje” habría de perder algo que para la fecha prácticamente ya había perdido, la libertad, junto con el territorio. El Artículo 142 de la Constitución establece con precisión que: “El pacto social asegura a cada individuo el goce y posesión de sus bienes, sin lesión del derecho que los demás tengan de los suyos.” [39] Para Rousseau el pacto social debería consistir en: “[...] Encontrar una forma de asociación capaz de defender y proteger con toda la fuerza común la persona y bienes de cada uno de los asociados; pero de modo que cada uno de estos, uniéndose a todos, sólo obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes.”[40] Recordemos que no deseaban, por ejemplo los mantuanos, abolir la esclavitud, y es ese uno de los grandes conflictos que más tarde habría de planteársele a Bolívar.
         Incomprensiblemente, el Congreso hizo una pública solicitud de proyectos de Constitución, medida poco común en estos casos pero, con mucho pesar, fueron pocas las propuestas recibidas como lo muestra un aviso oficial publicado en el momento: “El Gobierno ve con dolor el silencio de los ciudadanos invitados a presentarle proyectos de constitución para asegurar el acierto en que debe gobernarnos y hacernos felices; a pesar de la garantía que tiene ofrecida, le repite ahora de nuevo, por si algún temor de esta especie retrajese a los hombres de bien de decir francamente sus opiniones, en inteligencia de que por ellas gozarán sus personas una absoluta inmunidad.”[41]
         El mismo día en que comienzan los debates sobre la Constitución federal - el 20 de julio de 1811 - Francisco Xavier Ustáriz dice (conforme al acta de ese día) que desde que se le designó, en unión de Gabriel de Ponte y Juan Germán Roscio, “[...] para que formase la Constitución Federal de los Estados Unidos de Venezuela, se había ocupado incesantemente en tirar sus líneas y combinar las circunstancias para emprender aquel trabajo; pero que siempre se había encontrado embarazado con la indecisión de nuestra suerte; que luego que ésta se fijó en unos términos indubitables con la declaratoria de nuestra absoluta independencia tuvo un punto de que partir y formó un proyecto para la Confederación y Gobiernos Provisionales, que sometía desde luego a la censura del Supremo Congreso para que en caso de merecer la aprobación pudiere continuar sus tareas y entrar en los detalles bajo de aquellos principios generales”. [42] El Congreso devuelve a Ustáriz su proyecto con encargo de seguir sin intermisión su trabajo, y cuando éste quedó terminado, designó (17 de octubre) al Secretario Isnardi para la redacción definitiva.
         El proyecto fue sancionado después de tres meses de discusión por 37 diputados e Isnardi, pero algunos dejaron constancia de su inconformidad, tal es el caso del propio Francisco de Miranda, por considerar que el articulado no guardaba el justo equilibrio, así como el de los diputados eclesiásticos, quienes se oponían a la abolición del fuero personal.
         Desde el punto de vista formal, la estructura de la Constitución Federal de 1811, es la siguiente: un preámbulo constitucional expresando la esencia y fines generales de la Carta Magna, titulado: “Bases del pacto federativo que ha de constituir la autoridad general de la Confederación”, en el que se establece que las provincias que componen dicha Confederación conservarán su soberanía, libertad e independencia; nueve capítulos, a saber: 1º De la religión, 2º Del poder legislativo, 3º Del poder ejecutivo, 4º Del poder judicial, 5º De las provincias, 6º Revisión y reforma de la Constitución, 7º Sanción o ratificación de la Constitución, 8º Derechos del hombre que se reconocerán y respetaran en toda la extensión del Estado, 9º Disposiciones generales, enmarcados, en total, en 228 artículos.
         A pesar de ser considerada como una verdadera revolución por tratarse del primer instrumento jurídico “latinoamericano”, la pertenencia social de quienes la redactaron, ha sido uno de los argumentos en contra que ha tenido la historiografía existente sobre el tema, al juzgarla como una Constitución de carácter impopular. Con gran agudeza Gil Fortoul asevera al respecto, que: “No es en sus partes esenciales una etapa lógica en el movimiento político del pueblo venezolano. El nuevo régimen que ella implanta no es realmente desarrollo necesario ni perfeccionamiento armónico de la organización social y política que se mantuvo aquí durante los tres siglos de dominación española. En esta revolución, que se inicia en la última década del siglo XVIII y llega a su cumbre con el Acta declaratoria de Independencia, predominan o adquieren forma legal, no tanto las protestas y aspiraciones de un pueblo mal hallado con el despotismo español, sino antes bien, aquellos principios de filosofía política que a la clase noble, rica e instruida parecieron teóricamente más perfectos. La masa popular, todavía ignorante y pasiva, no familiarizada todavía con el amplio concepto de patria libre, no comprendió al principio un cambio tan radical en las instituciones fundamentales. Fue, sobre todo, obra de un grupo de hombres superiores,[43] resueltos los unos a conservar en la Independencia su privilegio de clase oligárquica, deseosos otros de incorporarse en la misma oligarquía, convencidos todos sin embargo, de que su obra, por incompleta que fuese, contenía ya las bases perfectibles de la futura república democrática.” [44]
         Ciertamente, la nueva Constitución era un instrumento jurídico cuya modernidad no tiene discusión, sin embargo, es fácil quedar atrapado en la idea de que, por el hecho de proclamar los Derechos del hombre y del ciudadano pueda hablarse de una verdadera “igualación social” en la práctica, es importante recordar la defensa a ultranza a la propiedad y a las elecciones censitarias. Dos opiniones, distantes pero coincidentes, sirven para reflexionar sobre quienes serían los verdaderos beneficiados con esta Constitución.
         La primera de estas opiniones es la de A. Soboul, quien al referirse a los constitucionalistas de la Revolución Francesa expresa: “La obra de los constituyentes traduce claramente esas contradicciones del pensamiento burgués. Si bien la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 proclama en su artículo primero: ‘Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en sus derechos’, toda la organización política y social que la burguesía puso en pié en 1789 - 1790 para asegurar su poder se aplicó a privar al pueblo de esos derechos teóricamente proclamados, y a colocarlo prácticamente bajo tutela.”[45] Sorprende la coincidencia con la opinión de Oropeza sobre el caso venezolano: “[...] para los constitucionalistas del diez y ocho, la estructura del cuerpo electoral no es una cuestión de principios sino problema de arte político y de conveniencia social. Aspiraban nuestros legisladores a constituir una sociedad bajo la dirección de un grupo selecto y superior, y pensaron que solamente una oligarquía de propietarios y rentistas, lógicamente más ilustrada por las facilidades que prestan los privilegios de la fortuna, era capaz de encabezar y poner en marcha un orden político regular y ordenado. Si tales ideas no repugnaban a la conciencia de aquellas naciones, menos aún podían provocar protestas en la Venezuela de 1811 que las acogió como norma indiscutida de derecho público,[...]”. [46] Pero lo más significativo es el tratamiento de “inferiores” dado a los indios, negros y pardos en la sección de “Disposiciones generales”, además, en ningún momento se menciona ni la libertad de los esclavos, ni la igualdad de la mujer ante las leyes.
         La amalgama filosófica en la cual se basa el Congreso de 1811 y que se inspira en dos fuentes: la Constitución norteamericana y la declaración francesa de los derechos del hombre; no obstante al combinar los principios de una y otra en la venezolana, el resultado era completamente diferente a los originales: “[...] El objeto de la sociedad es la ‘felicidad común’ y los gobiernos han sido establecidos para asegurarla. ‘El mejor de todos los gobiernos, dice el Congreso - en frase completada más tarde por Bolívar - será el que fuere más propio para producir la mayor suma de bien y felicidad’. Adviértase que para el Congreso el mejor gobierno es el que crea él mismo, fundado en teorías que entonces se juzgaban definitivas, en tanto que para Bolívar el problema del gobierno es más bien de carácter empírico y no puede resolverse sino de acuerdo con circunstancias de medio y oportunidad.” [47]
         Pero la fórmula utilizada por el Congreso que dice: ‘Estos derechos son la libertad, la igualdad, la propiedad y la seguridad’ corresponde al año 93 y no al 89, según cuyos principios la igualdad reemplaza a la “resistencia a la opresión” de que hablaban los constituyentes monárquicos de 1791. Aún así, quedan consagrados los siguientes preceptos: 1º Soberanía del Pueblo (capítulo octavo, sección primera de la Carta Fundamental); 2º Gobierno Republicano y no otro (artículo 133); 3º No habría fuero alguno personal (artículo 180); 4º nadie tendrá en la Confederación de Venezuela otro título, ni tratamiento público que el de ciudadano, única denominación de todos los hombres libres que componen la Nación’(artículo 226).
         Cabe señalar la significativa influencia de los hechos acaecidos al finalizar el siglo XVIII en Venezuela, en la redacción de la Constitución de 1811, recordando las palabras de P. Grases al referirse al tema como un “hecho asombroso” el que: “[...] los impresos publicados en 1797 para la Conspiración de Gual y España, reaparezcan en 1811 con tal pujanza que sostienen desde el armazón doctrinal de las primeras Constituciones: Soberanía del Pueblo, Deberes y Derechos del Ciudadano, hasta la literatura populachera que iba a ser coreada por las calles, plazas y campos de la nueva República de Venezuela.”[48] Sin que expresamente lo digan, creen los legisladores de Venezuela con la Asamblea francesa de 1791 que ‘la ignorancia, el olvido y el desprecio de los derechos del hombre son las solas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos’.” [49]
         Pero, indiscutiblemente, una de las grandes imperfecciones de esta Constitución, se relaciona con las contradicciones a cerca del concepto de “federación”, porque en ella la expresión es ciertamente ambigua y polémica. Basta con señalar el origen de la expresión: Faedus facere dice Cicerón, hacer pacto, alianza: hacer federación (del latín foedus: foedero). Si bien se consideran los patrones franceses como el ejemplo a seguir por los constitucionalistas, es importante señalar que Barnave, en plena Revolución Francesa sostenía que “la federación es el feudalismo republicano, así como el feudalismo es la federación monárquica”. En Francia, hasta septiembre de 1792 en que comienza el predominio centralizador jacobino y en la ideología del “Federalist” de Norte América, “federación” es sinónimo de alianza, unión vínculo, liga etc., en el mundo hispano (y en sus variantes hispanoamericanas) adquiere un sentido diferente y hasta contrario. El agudo Cuervo[50] sostenía, que al ser vocablo castellano el verbo federarse equivaldría a confederarse, unirse, ligarse, como es posible - se preguntaba Cuervo - “que en cambio lo tomemos por separarse, puesto que federarse no es unirse, sino dividirse”.
         En todo caso, el concepto - y el intento mismo - de poner en práctica un sistema federal a través de la Constitución en tanto que especificidad institucional de la formación del Estado venezolano es “[...] fruto más o menos ingenuo o sofisticado, pero en todo caso improvisado, de la imitación de las contemporáneas experiencias políticas extra - hispánicas: la Revolución francesa y la de los Estados del norte de América.” [51] En efecto para Miranda, Muñoz Tebar, Bolívar habría (casi siguiendo a Barnave) una continuidad entre el federalismo monárquico - feudal con el feudalismo republicano. A. Filippi concluye que: “[...] aquellas construcciones estatales - aquellos Estados precoces - aparecieron a las mentes más lúcidas y críticas como construcciones góticas y repúblicas aéreas[52] - concepto, este último, elaborado por Bolívar en el Manifiesto de Cartagena - , respecto de las cuales la Constitución de la nacionalidad y de la identidad nacional era todavía un proyecto por realizar. Por otra parte, la dispersión geográfica, las múltiples fuerzas centrífugas representadas por los contradictorios intereses del caudillismo oligárquico y de las élites militares, la precariedad demográfica y el permanecer de las masas en la ignorancia tradicional no permitieron la construcción positiva de la ecuación nación - Estado.” [53] Es esta precisamente - o por lo menos muy cercana - la apreciación de Bolívar, que unida a la segregación, al municipalismo, al regionalismo, etc., son los límites en que Bolívar resumía el conflicto, general y permanente entre “poder federal” y “poder provincial” que había acabado con la Primera República[54]. Para Díaz Sánchez el problema hubiera podido ser “resuelto” conceptualmente de otra manera: “Motivo de variada especulación ha sido el tema del régimen federal adoptado por los constituyentes de 1811. Se han invocado, para hacer la crítica de esta ocurrencia, conceptos adversos de Miranda, Bolívar y otros próceres fundadores de la República. Sin embargo, no sin razón opinan algunos historiadores que el sentimiento de las ciudades, mejor que de las provincias, hacía indispensable entonces un sistema federativo que debía consultar no el ejemplo de Norteamérica sino el de la tradición institucional española cuyo núcleo era el municipio.” [55] Que duda cabe que el debate entre centralismo y federalismo divide no sólo los intereses políticos del momento, sino también a la historiográfia sobre el tema.
         Los poderes regionales apenas existían de nombre al declararse la Independencia, y cuando el Congreso nacional adopta el sistema federalista, lo hace sin consultar previamente a los Estados que iban a formar la Confederación. Si partimos, como hemos dicho, de que el primer elemento considerado como uno de los rasgos fundamentales de dicha Constitución, es el hecho de que en ella se establece la Confederación de Estados de Venezuela, cuya soberanía radica en el pueblo. Según este patrón “federalista” se impone la separación de los poderes y la autonomía de las provincias. Las constituciones federalistas de Mérida (1811), Trujillo (1811), Barcelona (1812) y Caracas (1812) tuvieron, todas, el límite, sostiene Bolívar, de no entender el problema político de la formación de las bases sociales, institucionales y jurídicas de la nueva república y dejar sobrevivir los vicios y errores que se habían consolidado durante los tres siglos de “gobiernos absolutos”, durante los cuales los súbditos no ejercieron ni deberes ni derechos, y por lo tanto, nunca llegaron a ser ciudadanos.[56]
         Con respecto al modelo norteamericano, hay que recordar que las colonias, a diferencia de Venezuela, para el momento en que se instala el sistema federal, ya tenían gobiernos propios y disponían de una iniciativa política mucho menos limitada durante el régimen colonial, por lo que en ese caso, una vez declarada la independencia las Constituciones fueron posteriores al Gobierno federal. Este Gobierno se había propuesto: “[...]formar una unión más perfecta (to form a more perfect Union) dice el preliminar de la Constitución americana entre poderes regionales preexistentes, y declaró que era necesaria la ratificación de la nueva carta a lo menos por las Convenciones de nueve Estados (art. VII): en Venezuela, la ratificación o alteración debía hacerse por el pueblo de las Provincias, y no por éstas, que constitucionalmente no existían aún (art. 137). Allá, por último, al ratificarse la Constitución se manifestaron dos grandes tendencia nacionales, favorable la una a la “consolidación” establecida en Filadelfia y adversaria la otra a cuanto se refiriese a cercenar la autonomía de los Estados: acá, si bien es cierto que las siete Provincias declaradas independientes de España el 5 de julio se rebelaron desde el principio celosas de su autonomía (tendencia federalista contra la tendencia unitaria),no se ha de olvidar que faltaba todavía conocer la opinión de las demás Provincias no representadas en el Congreso. Por otra parte, obsérvese de nuevo que la institución de Ayuntamientos, trasplantada de España, y base de los gobiernos locales, disminuyó en el curso de los siglos, cediendo más y más el paso al Gobierno central.” [57]
         Otra cuestión polémica que se le presenta al Congreso consiste en tomar la decisión sobre si la Provincia de Caracas - la más extensa en territorio y población, y además sede de los poderes de Estado - debía dividirse. Por supuesto, los argumentos resultaban opuestos, o al menos contradictorios. El diputado por Mérida, Briceño - el 2 de septiembre de 1810 - propone la división en dos partes, la primera conservaría el nombre y estaría formada por los Departamentos de la Capital, Valencia, San Sebastián, Puerto Cabello, Calabozo, Villa de Cura, Nirgua y San Felipe, Provincia que contaría así 262.612 habitantes; y la otra, cuyo nombre habría   de   decirla   el  propio  Congreso,   por   San  Carlos, Barquisimeto, Carora,
Tocuyo, Ospino, Araure y Guanare, con 150.245 almas. En la sesión del 2 de julio, Roscio interviene a favor de la permanencia del Congreso en la Ciudad de Caracas.[58] El 15 de octubre se toma la siguiente resolución: “Las Provincias convienen en confederarse sin nueva división de la de Caracas, con la precisa calidad de que ésta se dividirá cuando el Congreso de Venezuela lo juzgue oportuno y conveniente, cuya decisión, que será a pluralidad del Congreso General de Diputados que se hallasen presentes, deberá cumplirse sin tardanza alguna.” Afirma Díaz Sánchez que: “[...] La representación de los diputados no emanó de la entidad provincial sino de las municipalidades. Ya se verá cómo las ciudades más importantes, celosas de su original autonomía, defenderán ésta ásperamente contra una posible hegemonía de Caracas.” [59]
         Evidentemente, el rechazo de las provincias confederadas por el centralismo caraqueño se hizo notorio el 29 de octubre en que el Congreso resuelve, volviendo a imitar en parte el ejemplo de los Estados Unidos de América, que Valencia sea “Ciudad Federal”. El efecto de tal medida enfrentó a las diversas regiones, derivando en una suerte de guerra civil en Valencia, que de alguna manera permaneció a pesar de la reducción de la ciudad, estableciendo vínculos con las ciudades realistas de Coro y Maracaibo, esto permitió la recuperación y nueva penetración de tropas españolas, marcando decisivamente el final de la Primera República. De esto deduce Bolívar que: “Caracas tubo mucho que padecer por defecto de la confederación que lejos de socorrerla le agotó sus caudales y pertrechos; y cuando vino el peligro la abandonó a su suerte, sin auxiliarla con el menor contingente. Además aumentó sus embarazos habiéndose empeñado en una competencia entre el poder federal y el provincial, que dio lugar a los enemigos que llegasen al corazón del Estado, antes que se resolviese la cuestión, de si deberían salir las tropas federales o provinciales a rechazarlos cuando ya tenían ocupada una gran porción de la provincia. Esta fatal contestación produjo una demora que fue terrible para nuestras armas. Pues las derrotaron en San Carlos sin que les llegasen los refuerzos que esperaban para vencer.”
         “Yo soy de sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán las más completas ventajas; seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civiles, y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que infestan nuestras comarcas.” [60]
         Un aspecto sumamente significativo que no podemos dejar pasar, aunque no se ha querido ver en la crítica de Bolívar al federalismo, es el componente militar del centralismo como exigencia fundamental e irrenunciable para hacer una guerra ofensiva (no defensiva) rápida y eficiente en territorios y condiciones adversas etc. El conflicto que se desprende para el nuevo régimen entre la creación de un proto - ejército de carrera o mantener milicias populares lo ve Bolívar desde la siguiente perspectiva:“[...] la oposición decidida a levantar tropas veteranas, disciplinadas y capaces de presentarse en el campo de batalla, ya instruidas, a defender la libertad con suceso y gloria. Por el contrario, se establecieron innumerables cuerpos de milicias indisciplinadas, que además de agotar las cajas del erario nacional con los sueldos de la plana mayor, destruyeron la agricultura, alejando a los paisanos de sus hogares, e hicieron odioso el Gobierno que obligaba a éstos a tomar las armas y a abandonar sus familias.”
“‘Las repúblicas -decían nuestros estadistas (refiriéndose obviamente a los congresantes de 1811)- no han menester de hombres pagados para mantener su libertad. Todos los ciudadanos serán soldados cuando no ataque el enemigo. Grecia, Roma, Venecia, Génova, Suiza, Holanda y recientemente el Norte de América vencieron a sus contrarios sin auxilio de tropas mercenarias, siempre prontas a sostener al despotismo y a subyugar a sus conciudadanos’ ”.
         “Con estos antipolíticos e inexactos raciocinios, fascinaban a los simples, pero no convencían a los prudentes, que conocían bien la inmensa diferencia que hay entre los pueblos, los tiempos y las costumbres de aquellas repúblicas y las nuestras. Ellas, es verdad que no pagaban ejércitos permanentes; mas era porque en la antigüedad no los había y sólo se confiaban la salvación y la gloria de los Estados en sus virtudes políticas, costumbres severas y carácter militar, cualidades que nosotros estamos muy distantes de poseer. Y en cuanto a las modernas que han sacudido el yugo de sus tiranos es notorio que han mantenido el competente número de veteranos que exige su seguridad: exceptuando al Norte de América, que estando en paz con todo el mundo y guarnecido por el mar no ha tenido por conveniente sostener en los últimos años el complemento de tropas veteranas que necesitaba para la defensa de sus fronteras y plazas.”
         “El resultado probó severamente a Venezuela el error de su cálculo pues los milicianos salieron al encuentro del enemigo, ignorando hasta el manejo del arma, y no estando habituados a la disciplina de la obediencia, fueron arrollados al comenzar la última campaña, a pesar de los heroicos y extraordinarios esfuerzos que hicieron sus jefes por llevarlos a la victoria. Lo que causó un desaliento general entre en soldados y oficiales; porque es una verdad militar que sólo ejércitos aguerridos son capaces de sobreponerse a los primeros infaustos sucesos de una campaña. El soldado bisoño lo cree todo perdido, desde que es derrotado una vez; porque la experiencia no le ha probado que el valor, la habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna.” [61]
         Bolívar entendía la enseñanza de la guerra revolucionaria, nacional (unitariamente) patriótica de la Revolución Francesa contra la Europa militarmente burocrática, reaccionaria y tradicionalista y mostraba su temor frente a la reacción metropolitana:La España tiene en el día gran número de oficiales generales, ambiciosos y audaces; acostumbrados a los peligros y a las privaciones, que anhelan por venir aquí, a buscar un imperio que reemplace el que acaban de perder.” [62]
         En pocas palabras, es la experiencia (y la necesidad de adaptarla a la guerra en Venezuela y Nueva Granada) de la dictadura que sobre la base de las experiencias republicanas romanas o de Francia debe entenderse como una dictadura a término o temporal. El Estado unitario y centralizado debía proteger la guerra dictatorial y preparar el advenimiento de los nuevos estados. De tal suerte que la crítica al federalismo se articula entre el ejercicio de la guerra y la implantación de las nuevas constituciones. (En el caso de Angostura, la constitución es el intervalo conceptual entre dos períodos de guerra precisamente diferentes: uno anterior, fragmentario y federal fallido y el posterior: unitario dictatorial, eficiente).[63]
         Durante la discusión del proyecto, Miranda en el Congreso, y en la Sociedad Patriótica Bolívar y Muñoz Tebar - corifeos los tres de la tendencia centralista, adversaria de la tendencia federalista - se esfuerzan en contrariar como inoportuna la imitación del federalismo norteamericano, aconsejando antes bien la imitación de ciertas doctrinas del régimen inglés. La organización federativa - advierte Miranda - no es “suficientemente sencilla y clara para que pueda ser permanente”, ni se conforma a “la población, usos y costumbres” de países a penas libertados de la dominación española, y en lugar de reunirlos en una “masa general o cuerpo social” amenaza dividirlos y separarlos con perjuicio de la seguridad común y hasta con peligro de la misma Independencia. Mas semejantes objeciones, que parecieron confirmadas a poco por el desastre de 1812 y repetidas entonces por Bolívar, no detuvieron a los hombres influyentes de la mayoría parlamentaria - Ustáriz, Roscio, Tovar, Yanes, Briceño, Peñalver - , y triunfó al fin la limitación del sistema americano, con las indispensables variantes.
         El control del poder nacional, integrado por la Junta Suprema de Caracas y ratificado posteriormente por algunas de las Juntas Provinciales, queda delegado - parcialmente - en manos de las propias provincias, concediéndoles la potestad de organizar gobiernos autónomos, en la medida en que el pacto federal no fuese incompatible con la autoridad general de la Confederación. Gil Fortoul opina al respecto que: “Esta circunstancia explica la antinomia que se observará más tarde en la historia constitucional de la república venezolana, diferenciándola esencialmente de la Confederación Suiza y la Unión Americana. En éstas, el Gobierno federal depende, en su origen de los Gobiernos seccionales, y sus atribuciones son propiamente una delegación de poder. Acá, la mayor o menor autonomía de las Provincias, primero, después Estados, dependerá del Gobierno central (Ejecutivo y Congreso), quien no permitirá casi nunca la diversidad de leyes civiles y penales que es en otras Repúblicas condición esencial del régimen federativo.” [64]
         En todo caso, los congresistas aludían permanentemente al ‘espíritu de democracia en que estaba apoyada la Constitución’, siendo: “[...] una expresión que se repite en las actas del Congreso Constituyente y que define desde sus primeros vagidos, la vocación sustancial del alma venezolana. No en balde observaba Tovar (sesión del 3 de julio de 1811) que cuantas veces se trajo al debate la cuestión de la independencia, el Congreso - la mayoría - se pronunció siempre en sentido positivo, como lo prueba el proyecto de Constitución democrática que se había dispuesto elaborar desde antes del 5 de julio.” Además, agrega Díaz Sánchez que: “Esta democracia republicana tendría, sin embargo, sus restricciones, limitaciones y concesiones impuestas por ciertos imperativos de la realidad funcional de aquellos momentos. Tales la religión única en el estado (artículo 1º de la Constitución), el régimen del sufragio excesivamente limitativo; las condiciones requeridas para ser elector y elegible; el soslayamiento casi absoluto de la cuestión económica y el régimen de las tierras que iba a quedar en el mismo estado que en la organización colonial.[...]”. [65]
         Esta discusión, importante sin duda, deja de lado la esencia misma de los motivos que indujeron a su promulgación, pues no se trataba solamente de solucionar jurídicamente el enfrentamiento entre las provincias y la capital de la antigua Capitanía General, me refiero a la concepción “federalista” de la Constitución de 1811, como afirma J. Rodríguez Iturbe: "[...] la actitud de algunos [se refiere a la aristocracia mantuana, en especial, a la caraqueña] no era suficiente para determinar un cambio en la valoración crítica de los representantes de las Provincias interioranas respecto a los factores de poder real asentados en la capital.[...] la actitud anticentralista radicaba en la clara percepción de las demás provincias, de cuales eran los intereses y las intenciones del fuerte mantuanismo caraqueño. Y si las restantes provincias estaban dispuestas a ser independientes querían garantizar que no pasaban de la sumisión al monarca a la sumisión de un grupo con conciencia de tal y sentido de superioridad en el contexto de la antigua Capitanía." [66]
         En el plano internacional, quiero señalar algunas de las observaciones preliminares a la publicación londinense de la Constitución Federal de los Estados Unidos de Venezuela de 1811: “[...] . Venezuela ha sido la primera en romper las cadenas que la ligaban á la Madre Patria, y al cabo de dos años empleador en vanos esfuerzos para obtener reformas y desagravios, después de haber sufrido quantos oprobios é indignidades pudieron acumularse sobre ella, ha proclamado por fin aquel sagrado é incontestable derecho que tiene todo pueblo para adoptar las medidas más conducentes á su bienestar interno, y mas eficaces para repeler los ataques del enemigo exterior.”[67] Cabría preguntarse si no era uno de los principales enemigos reales o en potencia precisamente Inglaterra. Esta carta supuestamente escrita por un gaditano a un amigo suyo de Londres inserta en el Morning Chronicle el 5 de septiembre de 1810, coincide con la publicación, en la Gazeta del 19 de dicho mes, de una carta suscrita por los comisionados venezolanos en Londres - Simón Bolívar y Luis López Méndez - en la que se decía: “Dejemos que la fría gratitud de los tiranos sea la recompensa de aquellos pueblos que no hayan tenido el valor para marchar sobre él, o que en vez de imitar nuestra conducta hayan incurrido en la bajeza de denigrarle mientras que nosotros, continuando sin cesar los esfuerzos y propagando las buenas ideas, nos empeñamos en producir la emancipación general.” [68]
         Todo esto conduce a apuntar algunas otras de las causas - como tiempo después habría de manifestar Bolívar - , de la caída de la Primera República: La fatal adopción de un sistema tolerante: “Si Caracas, en lugar de una confederación lánguida e insubsistente, hubiese establecido un gobierno sencillo, cual lo requería su situación política y militar, tú existieras ¡oh Venezuela! Y gozaras hoy de tu libertad.”[69]La debilidad con Coro y Maracaibo, realistas para ese momento: “Las primeras pruebas que dio nuestro Gobierno de su insensata debilidad las manifestó con la ciudad subalterna de Coro, que denegándose a reconocer su legitimidad lo declaró insurgente y lo hostilizó como enemigo.”[70]El uso de códigos inadecuados. La impunidad de los delitos de Estado: “De aquí nació la impunidad de los delitos de Estado cometidos descaradamente por los descontentos, y particularmente por nuestros natos e incapaces enemigos, los españoles europeos, que maliciosamente se habían quedado en nuestro país para tenerlo incesantemente inquieto y promover cuantas conjuraciones les permitían formar nuestros jueces, perdonándolos siempre, aún cuando sus atentados eran tan enormes que se dirigían contra la salud pública.” [71]La doctrina filantrópica utilizada contra el enemigo: “La doctrina que apoyaba esta conducta tenía su origen en las máximas filantrópicas de algunos escritores que defienden la no residencia de la facultad en nadie, para privar de la vida a un hombre, aun en el caso de haber delinquido éste delito de lesa patria. Al abrigo de esta piadosa doctrina, a cada conspiración sucedía un perdón, y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar; porque los Gobiernos liberales deben distinguirse por su clemencia. ¡Clemencia criminal que contribuyó más que nada a derribar la máquina que todavía no habíamos enteramente concluido!.”[72] La disipación de las rentas públicas (exceso de burocracia) y el establecimiento del papel moneda sin garantía: “La disipación de las rentas públicas en objetos frívolos y perjudiciales, y particularmente en sueldos de infinidad de oficinistas, secretarios, jueces magistrados, legisladores provinciales y federales, dio un golpe mortal a la República, porque la obligó a recurrir al peligroso expediente de establecer el papel moneda, sin otra garantía, que la fuerza y las rentas imaginarias de la confederación. Esta nueva moneda apareció a los ojos de los más una violación manifiesta del derecho de propiedad, porque se conceptuaban despojados de objetos de intrínseco valor, en cambio de otros cuyo precio era incierto, y aun ideal. El papel moneda remató el descontento de los estólidos pueblos internos, que llamaron al comandante de las tropas españolas, para que viniese a librarlos de una moneda que veían con más horror que la servidumbre.” [73]Un fenómeno natural que dejó graves secuelas: El terremoto de 1811. “El terremoto de 26 de marzo trastornó, ciertamente, tanto lo físico como lo moral; y puede llamarse propiamente la causa inmediata de la ruina de Venezuela, mas este mismo suceso habría tenido lugar, sin producir tan mortales efectos, si Caracas se hubiera gobernado entonces por una sola autoridad, que obrando con rapidez y virgo hubiese puesto remedio a los daños sin trabas, ni competencias que retardando el efecto de las providencias dejaban tomar al mal un incremento tan grande que lo hizo incurable.” [74]Al punto concluye Bolívar: “[...] entre las causas que han producido la caída de Venezuela, debe colocarse en primer lugar la naturaleza de su constitución; que repito, era tan contraria a sus intereses, como favorable a los de sus contrarios. En segundo, el espíritu de misantropía que se apoderó de nuestros gobernantes. Tercero: la oposición al establecimiento de un cuerpo militar que salvase la República y repeliese los choques que le daban los españoles. Cuarto: el terremoto acompañado del fanatismo que logró sacar de este fenómeno los más importantes resultados: y últimamente las facciones internas que en realidad fueron el mortal veneno que hicieron descender la patria al sepulcro.” [75] Por eso propone: “El honor de la Nueva Granada exige imperiosamente, escarmentar a esos osados invasores, persiguiéndoles hasta los últimos atrincheramientos, como su gloria depende de tomar a su cargo la empresa de marchar a Venezuela, a libertar la cuna de la independencia colombiana, sus mártires, y aquel benemérito pueblo caraqueño, cuyos clamores sólo se dirigen a sus amados compatriotas los granadinos, que ellos aguardan con una mortal impaciencia, como a sus redentores. Corramos a romper las cadenas de aquellas víctimas que gimen en las mazmorras, siempre esperando su salvación de vosotros: no burléis su confianza: no seáis insensibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id veloces a vengar al muerto, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido y libertad a todos.” [76]
Los primeros días de abril de 1812, disuelto ya el Congreso, el Ejecutivo inviste con el poder dictatorial al general Miranda. El desastre político militar de ese año, a consecuencia del cual los realistas retomaron el control completo de la nueva república, después de ocurrir la capitulación aceptada por Miranda y las altas autoridades republicanas, obligó a Bolívar y a muchos otros patriotas a irse del país y buscar refugio en la vecina Nueva Granada.

V. - Una difícil decisión: la religión de Estado
         El desacierto, derivado de lo que casi podría calificarse como una actitud timorata, que además contrasta notablemente con el espíritu de aquellos principios sobre los cuales, aparentemente, estaba basada esta Constitución es el de imponer una religión oficial, una religión de Estado: la católica, aspecto realmente significativo, - disposición a la que el propio Bolívar sería contrario, llegando a proponer, años más tarde, el establecimiento de la “religión laica”. La Constitución federal en el capítulo I, artículo 18, proclama con respecto a la religión católica, “[...] su protección, conservación, pureza e inviolabilidad será uno de los principales deberes de la representación nacional, la que no permitirá jamás en todo el territorio de la Confederación ningún otro culto público ni privado, ni doctrina contraria a la de Jesucristo”. Advierte Gil Fortoul que la Constitución federal: “En esto se aparta de su modelo norteamericano, que prohibe al Congreso (Enmiendas, art. I ) dictar leyes que establezcan una religión o prohiban el libre ejercicio de cualquiera.” [77]
Por otra parte, la libertad de culto se logra muy tardíamente, a fines del siglo XIX - precisamente cuando se intentaba poner en marcha una nueva forma de gobierno de corte republicano, lo cual demuestra dos cosas esencialmente: que en los comienzos de la emancipación, fueron realmente escasos los planteamientos dirigidos a establecer la libertad de cultos, así como el gran poder de la iglesia en las decisiones políticas de las colonias.
         La declaración de independencia de las naciones de América del sur, trajo como consecuencia graves problemas en lo que respecta a las relaciones entre éstas y la Santa Sede, así como entre ella y algunos países europeos: Francia, Inglaterra y, particularmente, con España. Los motivos son, hasta cierto punto evidentes, mientras se tratara de áreas coloniales, de una especie de “periferia religiosa”, cuya conexión con el centro se hiciera a través de España, y los vínculos estuvieran siempre mediatizados por las altas jerarquías eclesiásticas hispanas, en conjunción con la Corona - representada por el Consejo de Indias -, no habría mayores inconvenientes. Lógicamente se consideraba que las colonias españolas debían formar - y de hecho esta no es más que una simple fórmula colonial - parte “natural” de las políticas y decisiones metropolitanas en relación a la Santa Sede.
         Asustaba el hecho de que ocurriera - como en efecto, habría de ocurrir ya en tiempos de la Gran Colombia - una abrupta situación con el Regio Patronato Indiano que motivara, igualmente, serios conflictos en cuanto al ordenamiento y la disciplina de los  eclesiásticos,  y   que   además  pondría   en duda la legitimidad de los actos religiosos, especialmente entre los feligreses. Los congresantes tal vez temían que una vez suspendido todo contacto entre el clero regular con el comisario general radicado en España, se creara una gran confusión, a lo que hay que agregar que las nuevas legislaciones civiles atentarían seriamente contra su funcionamiento y su patrimonio. Por otra parte, es notoria la participación política del clero en el proceso emancipador, dividido de la misma forma que el resto de la sociedad civil y militar, en republicano y regalista, esto le daba un protagonismo y una influencia considerable en lo que tiene que ver con las decisiones que pudieran tomarse en cuanto al reconocimiento, ya no sólo de la independencia y soberanía de los nacientes estados, sino de la igualmente “naciente”: Iglesia americana. Bolívar, al caer la Primera República consideraba que los clérigos eran un instrumento renovado de dominación, en particular si España caía definitivamente en manos de los franceses: “Es muy probable, que al expiar la Península, haya una prodigiosa emigración de hombres de todas clases; y particularmente de cardenales, arzobispos, obispos, canónigos, clérigos revolucionarios, capaces de subvertir, no sólo nuestros tiernos y lánguidos estados, sino de envolver el Nuevo Mundo entero en una espantosa anarquía. La influencia religiosa, el imperio de la dominación civil y militar, y cuantos prestigios pueden obrar sobre el espíritu humano, serán otros tantos instrumentos de que se valdrán para someter estas regiones.” [78] Y más aún, acusa al Congreso de haber sido débil con lo que considera la presencia perniciosa de los clérigos después del terremoto de 1811: “La influencia eclesiástica tuvo después del terremoto, una parte muy considerable en la sublevación de los lugares y ciudades subalternas: y en la introducción de los enemigos en el país: abusando sacrílegamente de la santidad de su ministerio en favor de los promotores de la guerra civil. Sin embargo debemos confesar ingenuamente, que estos traidores sacerdotes, se animaban a cometer los execrables crímenes de que justamente se les acusa porque la impunidad de los delitos era absoluta: la cual hallaba en el Congreso un escandaloso abrigo: llegando a tal punto esta injusticia que la insurrección de la ciudad de Valencia, que costó su pacificación cerca de mil hombres, no se dio a la vindicta de las leyes un solo rebelde, quedando todos con vida, y los más con sus bienes.”[79] Pero una vez que ocurre la ruptura, digamos, la primera ruptura importante entre la metrópoli y sus colonias, - entre 1810 y 1812 - las decisiones que se tomaran desde Roma, habrían de repercutir con gran fuerza y en forma directa, en las relaciones entre la sede papal y las naciones europeas, cuyos objetivos iban indudablemente dirigidos a recuperar, en el caso de España, o a obtener en los de Francia e Inglaterra, tanto mercados como territorios en Ultramar, que les permitieran mantener o afianzar su poder político y económico. Por tales motivos, la decisión de aceptar vínculos directos con la nueva república, suponía un reconocimiento tácito de su soberanía, a la vez que un enfrentamiento con la Corona española.
         En lo que al terreno de las ideologías y las mentalidades se refiere, se trata - en este primer cuarto del siglo XIX - de procesos encontrados donde la reticencia a los cambios, unas veces transitorios otras permanentes, fruto de las transformaciones en la correlación de fuerzas, - bien entre las potencias europeas, entre las americanas o entre las unas y las otras, incluyendo las altas y bajas de republicanos y monárquicos, según el caso - creaba dudas en cuanto a la legitimidad de las instituciones, a lo cual no escapaba la iglesia y por tanto la religión católica.
         Los enfrentamientos permanentes entre unos y otros inclinaban la balanza a favor o en contra de la creación y consolidación de nuevas estructuras ideológicas, mentales e institucionales. La situación más difícil a la que se enfrentaron los pobladores americanos surge a partir del cuestionamiento de aquellos principios y disposiciones, según los cuales el rey gobierna en conjunción con los poderes eclesiásticos. Al contrario, la legitimación del régimen republicano imponía como principio, el hecho de que su representatividad era esencialmente popular, lo cual era motivo suficiente para anatematizarla, puesto que la tolerancia religiosa suponía enfrentarse a los tradicionales atavismos donde el poder monárquico estaba íntimamente ligado al de la Iglesia Católica. En conclusión, romper con la monarquía significaba prácticamente romper con la Iglesia, argumento que desde tiempos de la Revolución Francesa, venía siendo utilizado para desprestigiar los intentos jacobinos de llevar a la práctica la libertad de culto.
         Sin embargo, para los patriotas venezolanos de la Primera República, parecía perfectamente compatible un gobierno popular con la pervivencia de la religión católica mediatizada por España en el seno del nuevo régimen, como se evidencia en la Constitución de 1811[80]. Llama la atención en este sentido la receptividad que sobre el asunto mostrara el recién nombrado Arzobispo de Caracas Narciso Coll y Prat, a su llegada a esa capital el 31 de julio de 1810, habiendo sido a penas establecida la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, a la cual presta gustoso el siguiente juramento: “Si como amante y fiel vasallo del Señor don Fernando VII, cumpliendo con lo prevenido en las leyes de Castilla y de Indias juré no contravenir de ninguna manera á las regalías de su real patronato, ni al derecho de exigir contribuciones públicas y los novenos reservados para su real hacienda en los diezmos concedidos por la Santa Sede á S.M.C. como patrimonio de su real corona: juro también ahora y según mi estado pastoral no reconocer en este Arzobispado de Caracas otra soberanía que la del expresado Señor Fernando VII, representada en la suprema junta erigida en la capital de esta provincia con el título de conservadora de los derechos de S.M. mientras dure el cautiverio de su real persona, ó por el voto espontáneo y libre de sus dominios se establezca otra forma de gobierno capaz de ejercer la soberanía en todos ellos; en cuya consecuencia prometo no observar ni cumplir otras órdenes y disposiciones supremas que hayan de tocar á esta Metrópoli, a la dignidad arzobispal ó jurisdicción eclesiástica en los casos y cosas que sean conformes al derecho real y canónico de los reinos de España, sino aquellas que emanaren de la expresada junta suprema. Juro y prometo igualmente defender la pureza original de María Santísima y su Inmaculada Concepción, bajo cuyo ministerio está reconocida patrona de la España. Si así lo hiciere Dios me ayudará y si no me lo demandará caramente en esta vida y en la otra.”[81]
         El debate en el Congreso sobre los fueros eclesiásticos develaba el conflicto Iglesia-Estado-Población civil, así, el 5 de diciembre, ocho sacerdotes manifiestan su desaprobación sobre la disposición constitucional de suprimir el fuero eclesiástico, trece de los diputados votaron a favor de su extinción, entre ellos Briceño, Alamo, Peñalver, Yanes y el Marqués del Toro, mientras que la mayoría se opuso; otros adoptando una posición intermedia consideraban que el tema correspondía a la iglesia y que “su extinción no era absolutamente necesaria para consolidar la república”. Miranda no participó en esta discusión y esto aumentó las tensiones en el seno del Congreso. Aclara C. Parra Pérez que: “La polémica se prolongó en el tiempo y fuera de las aulas del Congreso. El arzobispo Coll y Prat y su clero protestaron contra el artículo 180, en extenso y nutrido escrito en el cual invocaba textos de los Profetas y de los Padres, las constituciones de la Iglesia y de la Monarquía y aun la autoridad del barón de Montesquieu.”[82]
         Con respecto a las medidas tomadas en tierras americanas, a partir de la independencia, para lograr lo que podría considerarse una forma directa y coherente de relaciones con la Santa Sede, éstas comienzan por enviar misiones diplomáticas destinadas a establecer el diálogo, las cuales se ven condicionadas por múltiples elementos, tales como el largo período de guerras que transcurre entre 1810 y 1825, la inestabilidad en lo que respecta a la legitimación europea de las nuevas repúblicas, así como la propia inestabilidad del gobierno de Fernando VII, la Restauración y las repercusiones obvias de toda esta situación en las decisiones del Papado.
         Para 1812, ya finalizada la Primera República, la situación era contraria para los nuevos estados. Los ejércitos hispanos habían recobrado el control de los territorios venezolanos, así que, la elección de Luis Delpech como emisario por Venezuela y Manuel Palacio Fajardo por Cartagena, no pasaron de ser meros tanteos con escasos resultados. Mientras el Papa Pio VII estuvo prisionero en Fontainebleau y Fernando VII en Bayona, es decir hasta 1814 las condiciones favorecían a América, en la medida en que, siendo Napoleón quien controlaba el panorama, la mediación francesa hubiera permitido obtener una bula papal, con la cual se podría haber resuelto el problema, pero la caída del imperio napoleónico puso fin a tales expectativas. En resumidas cuentas, el temor de los congresantes iba dirigido hacia la posibilidad de que el pueblo no aceptara sus proposiciones por considerarlas antieclesiásticas y antireligiosas.

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[1] A. Mijares, “La evolución política (1810-1960)”... pág. 23-24.
[2] H. Parra Marquez, El Mariscal Vicente Emparan último Gobernador..., pág. 3.
[3] L. A. Sucre, Gobernadores y Capitanes Generales de Venezuela, págs. 316-317.
[4] Idem, pág. 5.
[5] Una amplia relación - de la que he seleccionado a penas un fragmento - de los errores cometidos por Emparan la ofrece H. P. Márquez, Ob. cit. pág. 7, entre ellos señala el:"[...] acentuar los roces que con frecuencia se producían entre el Ayuntamiento y el Capitán General y, como si fuese poco, tuvo serios desacuerdos con la Real Audiencia, hasta el punto de que dicha Corporación se lanzó abiertamente a la oposición de su Gobierno. Ambos Cuerpos protestaban en sus casos por las intromisiones ilegales e imprudentes de Emparan, bien en asuntos que no eran de su competencia, o bien por el nombramiento hecho en forma arbitraria e inconsulta de algún funcionario. .[...] Cabe aquí recordar el juicio del oidor decano D. Felipe Martínez de Aragón, contenido en la `Narración de los sucesos del 19 de abril, escrita a Consejero de Indias Antonio López Quintana, en Filadelfia el 20 de junio de 1810': ‘el despotismo de Emparan, la desconfianza que todos tenían de sus operaciones y su necedad, han causado la pérdida de Caracas'."
[6] En lo que respecta a los sucesos del 19 de abril de 1810 y el destino de los ministros de Caracas, véanse las versiones del Gobernador Vicente Emparan y del Intendente Vicente Basadre en El 19 de abril de 1810; y la del Teniente de Gobernador y Auditor de Guerra José Vicente de Anca en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, 170 (1960) págs. 236-241.
[7] En general, la historiografía tradicional, tanto metropolitana como criolla, reducen siempre el inicio del proceso independentista al año 1810, con lo cual la mayoría de los condicionamientos, rupturas y definiciones de concepto aparecen aislados de su contexto, desconociendo - no sin cierta intención - que es imprescindible analizar los acontecimientos del crucial trienio finisecular (1797-1800) en España (en sus relaciones con Francia y Gran Bretaña) y en sus colonias, para comprender las dimensiones y el alcance del proceso completo. Entre los historiadores a los que hago referencia quiero citar, por ejemplo, a Julián Marías, quien, practicamente da a entender que antes de 1808 no hay historia en América, y casi no la hay tampoco de España con respecto a sus colonias: "[...]la invasión francesa de 1808 tuvo atroces resultados: precipitó la discordia latente apenas iniciado en España y provocó lo que había de ser decisivo para todo el siglo siguiente: la discordia entre las Españas". Ocultando incluso, la revolución de 1789 a 1793, la errada posición de Carlos IV, la entrada - rompiendo una alianza de lucha y de jure que duraba desde hacía un siglo - en la coalición antirrevolucionaria, la declaración de guerra, la guerra, la pérdida de la guerra, la paz "vergonzosa" como la llamaron los contemporáneos, la cual fue seguida de una "alianza" desigual y ruinosa que llevará al enfrentamiento de otro potentísimo enemigo (en Europa y en América): Inglaterra. Desde el primer compromiso con Francia (19 de agosto 1796) hasta Trafalgar asistimos a una serie ininterrumpida de fracasos de europeos continentales, mediterraneos y americanos.
J. Marías trastoca la cronología y con ello todos los conceptos y la interpretación de la situación española a partir, justamente de 1789, al expresar: "Pero, sobre todo, hay que recordar que aunque los primeros chispazos de la independencia se producen hacia 1810, durante la guerra de España contra Napoleón, el movimiento toma incremento y realiza durante los diez primeros años del reinado de Fernando VII hasta 1826[...]". Eliminando así no sólo el período fundamental completo - sin el cual los hechos hubieran sido diferentes - sino que, además, desvirtúa la interpretación misma del proceso histórico de formación de la peculiaridad republicana independentista. La conclusión de Marías no es convincente: "[...] si no hubiera existido esa discordia en España, la independencia de América se habría producido en otra fecha y sobre todo en otra forma[...]".J. Marías, España inteligible. Razón histórica de las Españas, págs. 322-323.
            Alcalá Galiano va aún más lejos cuando expresa que: "[...] Durante la época en que rigió la Constitución [en España], la emancipación de las Américas se había hecho poco menos que completa, desdicha atribuida al levantamiento del ejército que destinado a sujetar aquellas tierras, en vez de hacerlo se levantó para proclamar la Constitución, y también al estado revuelto de la metrópoli, y a ciertas máximas políticas que de ella se difundían a las posesiones más apartadas; pero desdicha inevitable desde 1810." De nuevo, la historia de Venezuela comienza en 1810. A. Alcalá Galiano, Historia de España, pág. 271.
[8] Pedro Pablo Barnola , Estudio preliminar, Tomás Polanco Alcantara, (comp.), Textos oficiales de la Primera República de Venezuela, vol. I, pág. 42.
[9] Idem, pág. 62.
[10] Miranda la aventura de la libertad, vol. 3, tomo I., pág. 210.
[11] J. G. Roscio, Obras, vol. II, pág. 23
[12] Idem, pág. 24
[13] José Gil Fortoul, Historia Constitucional de Venezuela, pág. 252
[14] Ramón Díaz Sánchez, La Independencia de Venezuela y sus perspectivas, pág. 87
[15] Véase: “Instalación del Primer Congreso General Constituyente de Venezuela el 2 de marzo de 1811”, en: J. F. Blanco y R. Azpurua, Documentos para la historia de la vida pública del Libertador, vol. III, doc. 550, pág. 27,.
[16] R. Díaz Sánchez, Ob. cit., pág. 93
[17] S. Bolívar, “Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un Caraqueño”, en: Bolívar, Simón, Escritos políticos, pág. 53. Este documento también es conocido como el “Manifiesto de Cartagena”
[18] Gaceta de Caracas, 9 de julio de 1811, n. 40, vol. II, doc. III, 169.
[19] Véase: “Discurso del Coronel Simón Bolívar en la Sociedad Patriótica” y “Discurso de un Miembro de la Sociedad patriótica, el Dr. Miguel Peña, leido en el Supremo Congreso el día 4 de Julio de 1811”, en: J. Felix Blanco y R. Azpurua, Ob. Cit., doc. 568, vol. III, pág. 139.
[20] D. Ruíz Chataing (prólogo), Miranda, la aventura de la libertad, pág. 15.
[21] R. Díaz Sánchez, Ob. Cit., pág. 93-94.
[22] “Pero el más contundente argumento para la propáganda emancipadora vendría a ofrecerlo, a fines de 1810, los liberales de Cádiz con el bloqueo de las provincias venezolanas. Esta es una oportunidad que la dialéctica caraqueña aprovecha hábilmente: ‘La regencia - dice la Gazeta del 16 de noviembre - supone que Caracas se ha declarado independiente de la Madre Patria. Esta es una calumnia que sólo sirve para manifestar la falsedad de aquellos de quien procede. Es notorio a todo el resto del mundo que la provincia de Venezuela se ha declarado independiente, no de la Madre Patria, no del Soberano, sino de la regencia, cuya legitimidad está aun en cuestión en España misma, en donde no está reconocida ni obedecida como una representación legal del monarca. En esto Venezuela está perfectamente unida con la Madre Patria, no admitiendo que la regencia sea un duplicado de la real autoridad’. Como se ve, el argumento no podía ser más conmovedor. Venezuela, leal, conservaba su voto. Eran los españoles, con su tozudez y su incomprensión, quienes la obligaban a reaccionar. Pero el párrafo que sigue es todavía más elocuente: ‘Es claro que luego que los naturales de este país descubran que ni su moderación, nisu adhesión a las conexiones europeas, ni sus sacrificios pecuniarios han obtenido el respeto que les está debido, elebaran el estandarte de la independencia y se clararán contra España’ ”, en: R. Díaz Sánchez,Ob. cit., pág. 89.
[23] S. Bolívar, Ob. Cit., pág. 48.
[24] Miguel Peña, “Discurso...”, en: J. F. Blanco y R. Azpurua, Ob. cit., doc. 568, vol. III pág. 139.
[25] S. Bolívar, Ob. Cit. pág. 53.
[26] J. F. Blanco y R. Azpurua, Ob. cit., pág. 34, doc. 556. Vol. III.
[27] S. Bolívar, Ob. Cit., pág. 53
[28] J. F. Blanco y R. Azpurua, Ob. Cit., pág. 34, doc. 556. Vol. II.
[29] La cursiva es mía.
[30] P. P. Barnola , Ob. Cit., pág. 66. Vol. I.
[31] R. Díaz Sánchez, Ob. Cit., pág. 88.
[32] Gaceta de Caracas, nº 5. Noviembre 6, de 1810.
[33] J. Gil Fortoul, Ob. Cit., pág. 258-259.
[34] J. F. Blanco y R. Azpurua, Ob. Cit., pág. 34, doc. 556. Vol. II.
[35] C. Parra Pérez, Historia de la Primera República de Venezuela, pág. 372.
[36] P. P. Barnola , Ob. Cit., vol. I, pág. 42-43.
[37] J. F. Blanco y R. Azpurua, Ob. Cit., pág. 34, doc. 556. Vol. II.
[38] A. Oropeza, Evolución constitucional de nuestra República, análisis de las constituciones que ha tenido el país., pág.8.
[39] Constitución Federal para los Estados de Venezuela, pág. 80.
[40] J. J. Rousseau, El Contrato Social, pág. 14.
[41] Gaceta de Caracas, 28 de junio de 1811, n. 60, vol. II
[42] J. Gil Fortoul, Ob. Cit., pág. 255-256
[43] El subrayado es mio.
[44] J. Gil Fortoul, Ob. Cit., pág. 252.
[45] A. Soboul, La Enciclopedia: historia y textos, pág. 115.
[46] A. Oropeza, Ob. cit., pág. 42.
[47] C. Parra Pérez, Ob.Cit., pág. 372.
[48] P. Grases, "La Conspiración de Gual y España y el ideario de la Independencia", en: Escritos selectos, pág. 43. (Cfr.Constitución Federal para los Estados de Venezuela, págs.43-100.)
[49] C.Parra Pérez, Ob. Cit., pág. 372.
[50] A. Cuervo, Apuntaciones sobre el lenguaje bogotano, 4º ed. p. 331
[51] A. Filippi, “Instituciones económicas y políticas en la formación de los Estados Hispanoamericanos en el siglo XIX: especificidad del caso venezolano”. en. Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, nº 265, enero, 1984. p.74
[52] Dice Bolívar: “Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarle la ciencia práctica del Gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano, por manera que tuvimos los filósofos por jefes: filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios o de cosas, el orden social resintió extremadamente conmovido, y desde luego corrió el Estado a pasos agigantados a una disolución universal, que bien pronto se vió realizada.” S. Bolívar, Ob. Cit., pág. 48
[53] A. Filippi, Ob. Cit., pág. 76.
[54] Una posición interesante y contra corriente es la de Nariño que, contrariamente a Bolívar, surge como centralista y termina federalista. En su proyecto de Constitución que propone al Congreso de Cucuta (que en cambio, adopta en buena medida, el proyecto bolivariano de Angostura) para la República de los estados equinocciales de Colombia (la fórmula había sido sugerida en la ingeniosa -demasiado- división territorial por Humboldt). Nariño proponía que el territorio colombiano se dividiese por líneas trazadas desde el interior hasta los mares que bañan sus costas, a fin de formar seis Estados, cada uno de los cuales podía gozar de sus propios puertos marítimos, y todos los cuales formarían la federación. Claro, para Nariño el centralismo del año 1811 se justificaba porque se trataba de constituir un estado que tenía un principio de uti posidetis iures indiscutible: la Nueva Granada; ahora en 1812, se trata de tres porciones institucionales-territoriales que en la época colonial habían dependido de manera diferente y separada de la Corona, el Virreinato de Nueva Granada, la Capitanía General de Venezuela y la Presidencia de Quito.
[55] R. Díaz Sánchez,Ob. Cit., pág. 91-92.
[56] Cfr. Una visión general del debate francés y angloamericano en: Bernard Y. Voyenne, Histoire de la Idée fèderalist, Paris, 1973-1981 (3 vols).
[57] J. Gil Fortoul, Ob. Cit., pág. 252-254.
[58] J. G. Roscio, Ob. Cit., vol. II, pág. 25.
[59] R. Díaz Sánchez, Ob. Cit., pág. 92.
[60] S. Bolívar, Ob. Cit., pág. 52.
[61] Idem, pág. 50.
[62] Idem, pág. 55
[63] En todo caso el itinerario de los textos críticos de Bolívar sobre el federalismo y la idea federal, (que no debe confundirse, en cambio, con el federalismo de Bolívar en las relaciones internacionales entre los Estados, porque en esto era un federalista convencido), parte del Manifiesto de Cartagena y se encuentra sucesivamente en 1813 (octubre) respondiendo al gobernador de Barinas; posteriormente, en la carta del 28 de setiembre de 1815, (al editor del The Royal Gazzete) y tambien en la Carta de Jamaica y, finalmente en Angostura.
[64] J. Gil Fortoul, Ob. Cit., pág. 254
[65] R. Díaz Sánchez, Ob. Cit., pág. 96.
[66] J. Rodríguez Iturbe, Génesis y desarrollo de la ideología bolivariana (desde la pre-emancipación hasta Jamaica), pág. 209.
[67] J. F. Blanco y R. Azpurua, Ob. Cit., pág. 393, doc. 630. Vol. III.
[68] Véase, dentro de esta misma tónica, la respuesta que la Junta Suprema venezolana da al mensaje del Comisionado Regio Cortabarría, ejecutor del bloqueo decretado por la Regencia. Gazeta de Caracas, nº 136. Enero 4, de 1811. R. Díaz Sánchez, Ob. Cit., pág. 89-90.
[69] S. Bolívar, Ob. Cit., pág. 53.
[70] Idem, pág. 48.
[71] Idem., pág. 48-49.
[72] Idem, pág. 49.
[73] Idem., pág. 51.
[74] Idem, pág. 53
[75] Idem, pág. 54 (El subrayado es mío)
[76] Idem, pág. 57.
[77] J. Gil Fortoul, Ob. Cit., pág. 257-258.
[78] S. Bolívar, Ob.Cit., pág. 55.
[79] Idem, pág. 53
[80] Constitución Federal para los Estados de Venezuela, pág. 80.
[81] J. F. Blanco y R. Azpurua, Ob. Cit., vol. II, doc. 479. pág. 571.
[82] C. Parra Pérez, Ob. Cit., pág. 375.